Primera
Dosis: Misión
Kain había pasado toda su
vida cumpliendo cada capricho que se le antojaba. Su padres tenían una alta
postura dentro del marco de la
Federación Rusa. Él era uno de los jóvenes más acaudalados de San Petersburgo.
Pero había algo que lo había estado aniquilando por años, algo que lo había privado de todo contacto con la realidad, y que antaño se había convertido en su refugio
lejano a las presiones sociales: sus sueños.
No había doctor posible
que encontrara la cura para su extraña enfermedad, le habían diagnosticado un
tiempo hipersomnia primaria crónica, y no sabe qué tantos nombres raros le
habían asignado para la medicación. Él sólo sabía una sola cosa: quería que
pararan.
Los sueños comenzaron a
arrastrarlo, a asustarle. Sus padres ya estaban hartos de los gritos que
exhalaba en las noches y su falta de respiración en los días. Los doctores le habían asignado medicamentos
para la fiebre constante, y eso sólo lograba adormecerlo con más frecuencia.
Kain estaba cansado.
Por lo que buscó métodos
poco ortodoxos para su sanación. No tuvo la aprobación de sus padres al inicio,
pero ya la desesperación acudía a sus facciones. A pesar de todo Kain seguía
siendo su hijo, e intentar aquél método no estaría demás. Después de todo, ya
estaban advertidos, si su condición continuaba, lo único que esperaba para su
pequeño era la muerte temprana.
Todo tenía que acabar.
Kain recapitulaba todo
esto en su cabeza mientras observaba al asiático acercarse a su cama, traía
consigo un maletín repleto de botellas y
agujas de diferentes tamaños. De tan
sólo pensar que cada objeto tocaría su cuerpo le hacía temblar con intensidad.
Pero ya estaba acostumbrado al suero, así que un pinchazo más no sería
problema.
―Escuche, Amo Kain. ― murmuró el asiático― Entrar al mundo
de los sueños no es tarea fácil…― quemó
un poco de incienso y lo colocó con cuidado a los lados de la cama. ― Debe
meterse en lo profundo de su mente y encontrar aquello que tanto lo perjudica…
―Eso haré...por eso debo
recordarlo. Tengo el presentimiento de
que si lo recuerdo todo acabará…seré libre…
La respiración de Kain se
entrecortaba. Lo que antes era un cabello totalmente negro y brillante ahora se
había vuelto ceniza opaca, sus pómulos, antes saludables y pálidos ahora
estaban enrojecidos y sudorosos. Cada exhalación parecía una bola de humo hirviente de su destrozado cuerpo.
Ninguna noche la fiebre había estado tan elevada como aquella. Incluso su torso
desnudo exhibía una delgadez extraña,
sus huesos se podían observar con poco esfuerzo
y una brillante capa de sudor recorría su debilitada musculatura.
El asiático se armó de
profesionalismo para evitar una expresión apenada.
―Puede que no sea así, Amo
Kain. ―susurró― Si todo sale bien, este tratamiento podría acabar con su
vida…hay rincones de la mente que no deberían ser observados…
La risa de Kain fue
cansada.
― ¿Qué vida he de tener
ahora? Prefiero morir sabiendo la verdad, a aferrarme a esta existencia
inmóvil, viviendo en la ignorancia…―su voz se apagó por segundos― ¿Tiene lista
la cámara?
Los ojos ranura del hombre parpadearon,
asintiendo con levedad. Frente a la cama del muchacho, una cámara destacable por su precio apuntaba
acusadoramente, su lente reflejaba el
rostro enrojecido y descompuesto del
joven cuyos ojos, color violeta
resplandecían, determinados y extrañamente saludables.
―Amo, Kain. Antes de
comenzar debe recordar que aunque su inconsciente esté sumergido, su consciente está aquí, no
debe dejar de hablar por nada ¿Entendido?
El chico asintió y le
indicó empezar con la mirada.
Los padres del muchacho
permanecieron en las sombras, aferrados uno al otro con una fuerza y apoyo que
no se había visto en ellos jamás hasta ese momento.La vida de su hijo hacía
relucir hasta las emociones mas escondidas en su ser.
―Comencemos, amo.
―farfulló el hombre tomando sus implementos.
La primera aguja lo hizo
exhalar con brusquedad, el dolor en que provocó el objeto penetrando en su
hombro era insoportable, sintió el veneno de la pinta introducirse en su piel y
propagarse por sus venas con lentitud,
ascendiendo por su hombro hacia su cuello que lanzaba contracciones espasmódicas
realmente dolorosas.
Cerró los ojos.
En su mente comenzó a
formarse una imagen, demasiado borrosa como para establecer relaciones.
―Sigue― ordenó con voz
ahogada― Con una no basta.
La contracción en el
rostro del asiático y la de sus padres fue simultánea. La piel del cuello del
chico se había levantado, sin dificultad observaban como sus venas se movían,
propagando la ponzoña de la aguja.
― ¡Sigue! ― exhaló el
chico, ahogado por el dolor.
El asiático no dudó más,
acercó la aguja hacia una pequeña llama de vela y la introdujo con rapidez en
el pecho del muchacho, quien apretó los dientes, evitando gritar con
rotundidad. Su respiración se volvió brusca y contraída.
Cerró los ojos nuevamente,
la imagen aún seguía turbia, comenzaba a escuchar susurros lejanos. Aún no era
suficiente.
―La última…― su voz se
quebró― La última…
―Se supone que con dos
sería suficiente, Kimihiro. ― ronroneó el padre de Kain. El miedo se extendía
en su hilo de voz.
―No lo es― debatió Kain―
Aún no.
―Esperemos que la cuarta
no sea necesaria, Amo. De ser así no podré seguir o…
―No me importa. ―
sentenció Kain.
El asiático estaba al
borde de las lágrimas. Aquél chico era una persona realmente valerosa y amable.
Jamás lo había tratado como un esclavo, aquél chico era especial, Kimihiro lo
sabía, a pesar de todo lo que se dijera de él.
Las arrugas de aquél hombre se pronunciaban cada vez más mientras el
chico agonizaba, mas si él resultaba culpable de su muerte, él mismo se abriría
las entrañas frente a sus amos. No dudaba de eso.
Con el corazón en un puño
tomó la tercera aguja, la que iba al hombro izquierdo del chico y soltó una
plegaria en su mente. Rogando porque aquella fuera la última en colocar. La
introdujo en un cubo lleno de hielo antes de atravesar la piel de su amo.
Kain intentó aguantar un
poco más. Su frente se contrajo y el sudor que recorría su rostro comenzó a teñirse de un rojo opaco,
que se oscurecía al recorrer las almohadas. Cerró los ojos nuevamente.
La imagen y los sonidos se
hicieron claros.
― Es mi cumpleaños…―murmuró Kain. Aletargado por
fin. Kimihiro inició con la grabación.
―Cuéntanos, Kain― susurró
Kimihiro, quien se esforzaba por esconder las lágrimas de alegría dentro de su
voz firme. ― ¿Qué dicen los que te rodean?
―Feliz
cumpleaños, Caleb. ―dijo
mi padre con seriedad.
Había ya pasado por 6 cumpleaños. Era evidente para
mi que éste era diferente, o al menos
para mis padres. Ya que en ese momento, mi hermano, Jhosuá, y yo ignorábamos la
importancia de nuestra posición en la corte real.
Detesto ahora darme cuenta de la ignorancia que embargaba mi mente en esos años.
Luego de
las felicitaciones, mi padre
me alejó de los demás, vi
como mi madre se
contraía en una expresión de
dolor extraña. A pesar de mi poco tiempo
de existencia, jamás la había visto realizar ese tipo de expresiones, ni siquiera
cuando nos enfermábamos.
Después de
una larga caminata silenciosa, mi
padre se detuvo
frente al muro del Catillo
de Ankathya, el hogar del
Rey Mago y sus trillizas…
― Sabes la historia de este lugar, ¿Cierto, Caleb?
El Origen…
―Del
reino―
murmuré con alegría― Sí, el Rey Mago liberó a todo el reino de las
desgracias y los monstros que nos
atacaban…y el Rey Eléquides le cedió
todo nuestro pueblo como recompensa…
Mi padre
sonrió con tristeza mientras asentía.
― Así
es hijo―murmuró― Lo que no sabes… es que nuestra familia es comisionada del Reino y
somos los encargados de proteger al Rey Mago a como dé lugar…
Mi
sonrisa en seguida desapareció de mis facciones. Siempre había visto al Rey Mago
como alguien invencible, incapaz de ser dañado por nadie. Ahora todo había cambiado.
―
¿Protegerle?
―A él
y a sus hijas…― mi
padre se agachó y colocó sus grandes manos
sobre mis hombros. Sus ojos color dorado, reflejo de los míos, se
tornaron temerosos― Jamás
pensamos que tendríamos que hacerlo, siempre nos manteníamos al margen,
el Rey Mago siempre podía mantenerse a salvo por sí
mismo…
Fruncí el ceño, no lograba entender. Mi padre respiró profundamente.
―Hijo,
hicimos una promesa…― cerró los ojos
antes de continuar― Nuestros servicios estarían completados si nuestro
primogénito, al cumplir los 16 años pasaba a «pertenecer» al Castillo,
como guardia personal y fiel mayordomo de…si es que nacían…las princesas. Y el segundo
hijo, debía mantener el linaje como todos
estos años…
―
Entiendo…―murmuré― pero ¿princesas? ¿Las trillizas? ―pregunté con un hilo de voz. No entendía la
preocupación de mi padre.
Asintió nuevamente.
―Tendrás
que velar por ellas, es tu
responsabilidad. Pero debes recordar…―su
voz vibraba― Que las
tres son Hadas…y si deciden alimentarse de
ti…no debes negarte a darles tu
carne para saciarlas…
Mis ojos
se abrieron de par en par. No
era tan
inocente a pesar de mi edad, había visto como seres de pesadilla
luchaban entre ellos, había visto cómo hadas malévolas cantaban y atraían a niños para que bailaran hasta desfallecer. Pero siempre se escuchaba de su alejamiento gracias a
las acciones secretas del Rey, a quien
nadie podría ver jamás.
Imaginaba a las
hijas del Rey devorándome, como si fuesen perros mordisqueando su
comida. Escuchando el crujir de mis huesos bajo sus mandíbulas. Me eché a
temblar.
―Pero,
Caleb. Todo eso es por el bien del Reino― la
voz de mi padre era trémula y quebradiza, como si estuviese obligado a
pronunciar aquellas palabras― Una vez que nacieron las Princesas se inició el
reloj de arena del Rey Mago, así como el de la Reina… Y las Princesas están
indefensas, necesitan más años de los que crees para poder desarrollar sus
capacidades, y tú serás el encargado de asegurarte de eso. Durante los años que siguen, te estaré entrenando hasta
que…―sollozó― hasta que tu boca derrame sangre de tus entrañas…
En seguida mi
mente comenzó a maquinar. En dos
segundos, comprendí todo, en dos
segundos, mi cabeza asimiló la madurez
con la que debía contar en ese instante. En dos segundos tomé la decisión.
―Hágase
en mi lo que se ha dicho, padre. ―
murmuré― Estoy
dispuesto a todo.
Sonrió con tristeza.
―Temí
que lo dijeras…―farfulló― Date la vuelta… ―obedecí― Ese agujero te permitirá ver a las princesas, mas
ellas no a ti. Conócelas, entiéndelas y
nunca intentes hablar con ellas…debes ser su escudo y su espada…
Dejé hablar a mi padre mientras me acercaba al gran
muro de mármol. Con dificultad, llegué
al agujero…
―…Su
vida y su muerte, su padre y su tutor…
Tres pequeñas niñas jugaban con alegría en un
patio repleto de flores infernales Los bucles de sus cabelleras rojo fuego ondulaban a su alrededor,
perdiéndose en el carmecí de los lirios que las rodeaban, y sus rostros angelicales, cubiertos de
pequeñas pecas, reían de forma extraordinaria.
Eran la cosa más bella que había visto en, ahora, mis siete años de
existencia.
―Su
amante y amigo…
Me di la vuelta. Mi padre seguía observándome con
seriedad.
―Mas
nunca, hijo mío, te enamores de alguna
de ellas. Serán tu desdicha y perdición, por más que su rostro sea hermoso, sus
alas revelarán sus intenciones…no las ves ahora, pero cuando
crezcas entenderás.
Asentí.
―Obsérvalas
un rato más, cuando estés listo, búscame. Empezaremos el entrenamiento hoy
mismo.
―Entendido―dije, comprometido.
Una vez que se fue, vi nuevamente el agujero…
Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Allí
había otro ojo, un ojo azul eléctrico que me observaba atentamente.
―
¡Hola! Mi nombre es Ruxandra ¿El tuyo cuál es?
Kain
abrió los ojos completamente.
―La dosis se ha terminado, Joven Amo. Descanse, mañana se hará la
segunda.
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