III: Incomodidad
Verdaderamente, no le encontraba sentido a
eso de gruñir en las mañanas o revolcarse huyéndole al Sol. Bastaba sólo con
levantarse y ya; el día había empezado y tenía muchas cosas que hacer (como
siempre)…Pero esa mañana todo era distinto: estaba agotada.
No quería levantarme, tenía las
extremidades muy pesadas y un zumbido aturdidor en los oídos. Sin embargo, el
Astro Rey insistía en golpear mi rostro despiadadamente con sus poderosos
rayos. Apreté los párpados con fuerza antes de abrir los ojos y sentarme en la
cama con un rápido movimiento (presa de la costumbre) pero oculté la cara entre
las manos inmediatamente al ver a aquel “muchacho” acurrucado a mis pies.
No lo creía posible, a decir verdad, no
creía que NADA de la noche anterior había sido más que un sueño loco y
perturbante. Pero la parte racional (¿Acaso he dicho racional?) de mi cabeza me
pedía a gritos que dejara de mentirme a mí misma, que todo lo que había pasado
era una realidad, y que tenía que afrontarla sin importar lo que pasara.
Aunque, si había enloquecido o no, me iba a
tomar siete largos años en averiguarlo. Honestamente, no tenía mucha prisa en
obtener una respuesta negativa o... ¿positiva?
Di un escalofrío.
Repentinamente, a mi mente llegaron toda
clase de relatos sobre pactos con demonios, las palabras: traición, desdicha,
muerte, infortunio e, incluso, perdición; carecían de sentido para mí en esos
instantes.
Aspiré una buena cantidad de aire.
No
estoy loca, lo sé…este Demonio es real.
Tiene que serlo…
Me encontré detallando su rostro
profundamente dormido en un intento desesperado de apartar mis pensamientos
confusos. Este Demonio, físicamente, sería fácil describir: cejas pobladas tan
negras como su cabello, largas pestañas, nariz perfilada y finos labios, la mejilla hundida levemente en su hombro,
hacía que el ángulo perfecto de su quijada se difundiera dentro del cuello de
su camisa color ónice. Pero subjetiva y
profundamente era difícil su precisión, no estaba segura si su rostro carente
de expresión podría reflejar serenidad o desdicha, paz o tormento. No podía
describirlo claramente, ya que un halo oscuro se cernía sobre él como si cada
poro de su piel exhalase un grito de auxilio preso en un mar de sufrimiento a
pesar de la tranquilidad reflejada en su semblante...
Me encogí de hombros. Ese no era mi
problema.
Pasé por encima de él jugando con la idea
de darle una buena patada “accidental” en el estómago, después de todo, él era
el culpable de haberme mantenido con vida. Suspiré. Hacer eso era sólo un
desperdicio de energías.
Ese lunes era muy diferente a los
habituales: el instituto se había interesado en alguna actividad especial y las
clases se habían suspendido. Tenía unos cuantos deberes atrasados, y esa
ausencia me sentaba de maravilla, no obstante, estaba demasiado abrumada por la
noche anterior como para prestar atención a mis tareas escolares (traducción:
desayunaría antes de comenzar).
Sí,
contrario a lo que se pudiese imaginar de una persona como yo (oscura,
distraída, despreocupada por la vida de la gente, odiosa…) era una obsesiva en
cuanto a los estudios. Me bajé de la
cama sin mucho esfuerzo (saltando por encima del Demonio), dirigiéndome
rápidamente al baño.
Sonreí.
Al llegar, me encontré con los
cambios casi imperceptibles que había organizado para realizar mi suicidio el
día anterior. Tomé el jabón en el suelo y lo coloqué en su lugar, así como el
paño levemente inclinado hacia la derecha, la alfombra colocada 1mm lejos de la
pared de la bañera y, por último, enrollé el papel higiénico que estaba a 15cm
del suelo. Todo era tan exacto que sentía un escalofrío al pasar las manos por
cada objeto con lentitud, en fin, ya no podría hacer nada. Me lavé la cara con
agua helada para despejarme y volví a la habitación.
Gozaba de una soledad extraña. A
decir verdad, había demasiado silencio en la casa a pesar de estar con una sola
persona, mi madrastra de hecho (calificativo malinterpretado, sonaba horrible y
ella era buena persona). Pero todo cobró sentido en cuanto vi el pequeño papel
amarillo brillante en la pantalla del televisor:
Fui a la tienda, el desayuno está en
el microondas ¡No olvides calentarlo! Volveré pronto, ¡lo prometo!
Puse los ojos en blanco. Claire podía
ser una buena persona, sí. Pero tenía debilidad por perder tiempo en las
tiendas, y…por hablar más de lo necesario. Y cuando digo “hablar” no me refiero
al parloteo incesante de las viejas chismosas con las que se juntaba
normalmente, no, me refería a sus penosos intentos de ponerse “de mi lado” en
ocasiones cuando no hacía más que causarme problemas…
Negué con la cabeza varias veces.
Nada bueno pasaba cuando me ponía a pensar en ese tipo de cosas, mi mente se
iba de las primeras y hacía que mi imaginación
fuera a extremos imposibles. No me di cuenta de que tenía el papel
fuertemente apretado en un puño hasta que sentí la presión de las uñas sobre la
palma.
Miré el papel arrugado por unos
instantes ¿Él había dicho…parte de mis
poderes?
~J~
Una sensación extraña recorría mi
cuerpo, erizaba mi piel y me hacía contraer los músculos…
Tenía frío.
Pero eso no era posible. Yo no podía
tener frío, un ser como yo ¿con frío? Imposible. Ya había olvidado esa
sensación con los años, el frío no era un concepto habitual en mí ¿Cuánto había
pasado desde que sentí frío de verdad? ¿Cuatrocientos años? ¿Doscientos? No lo
recordaba, no podía contar el paso del tiempo con facilidad.
Pero aquello era un hecho innegable:
tenía frío. Me estaba congelando y pronto empezaría a tiritar. Fruncí el ceño
antes de abrir los ojos, el sol me daba en la cara de forma realmente molesta…
espera un momento ¿había sol? ¿Y seguía teniendo frío…? Suspiré. No encontraba
sentido a mis sensaciones, pero no era nada difícil habituarme a ellas; después
de todo, parecía que debía atribuirlas
al establecimiento del contrato.
No me sentía bien.
Era como si parte de mi energía
hubiese muerto en mi interior, odié esa sensación con todo mi ser. No me
gustaba, y me molestaba más que fuese esa chiquilla petulante con su horroroso
rostro quien causara esa debilidad tan irritante. Aún no había abierto los
ojos, dudoso que, al despertar, aquel rostro agobiante fuese lo primero que
viera. Sin embargo, ella no estaba en su lugar correspondiente. Suspiré de
alivio y repté por las sábanas en busca de la jugosa almohada que parecía
llamarme a gritos, dejé que mi cuerpo se estirara sin hacer ruido. Podía dormir
un par de horas más con la esperanza de no tener pesadillas.
Estaba agotado.
Aspiré una buena cantidad de aire y
suspiré, soñoliento, pero justo cuando pretendía envolver mi cuerpo con la gran
colcha de mi Contratista, su risa hizo eco en la habitación a mis espaldas.
Dudé en darme la vuelta, no quería ni pensar en lo que esa chiquilla estaría haciendo,
quería seguir durmiendo y si me concentraba podría conciliar el sueño
fácilmente…Pero creo que la tentación de acabar con esa molesta risa fue mayor.
Giré el cuerpo completo hacia donde
se supone ella estaba… ¿Jugando?
¡Agh! ¡¿Qué
demo…?¡ ¡SÍ! ¡ESTÁ JUGANDO!,
Sus ojos brillaban con una
incandescencia realmente perturbante, a rebosar de una alegría indescriptible,
con una luz aún más roja de la que reflejaban mis propios ojos. Reía con mucha
energía, mientras el pequeño papel amarillo que sostenía entre las manos se
elevaba por los aires, se abría, se cerraba, paseaba por la habitación y se
rompía en miles de pedazos que se movían con él. Y todo eso era controlado por
la chiquilla juguetona.
― Me estas jodiendo, ¿verdad? ―exclamé
en voz alta, incrédulo.
Ella dio un brinco monumental,
seguido de una especie de chillido. Los trocitos de papel cayeron al suelo
simultáneamente mientras se daba la vuelta.
Procuré disimular la carcajada.
― ¿Olvidaste que sigo aquí, Caithlyn?
― pregunté con una ceja alzada, mientras me apoyaba en los codos para levantar
el torso y dedicarle una mirada irónica.
―Ya te dije que me llamaras Kate―
siseó. ―Y, no, Jack…desafortunadamente no te he olvidado.
― ¿Desafortunadamente? Pareces
pasarla en grande con mis poderes,
cariño. ―entornó los ojos― Además, deberías tener más cuidado ¿Qué harán si
llegan a verte en ese estado? ―ladeó el rostro y se dirigió al espejo dudosa.
― Dios Santo…―susurró.
Esas dos palabras hicieron que mi
cabeza explotara en todos los sentidos, el dolor fue tal que me llevó a
contraer las extremidades. No me esperaba eso. Aspiré una buena cantidad de
aire para liberarme de la presión.
Noté su mirada en mi rostro, pensé
que había colocado cara de póker pero no había sido así. Suspiré, en ese
segundo, ella soltó una risita.
―Como digas, Jack, tendré más
cuidado. ―suspiró mientras el color de sus ojos se iba degradando a su color
natural.
Así me gusta, pensé mientras
asentía. Su rostro adquirió una seriedad extraña, su expresión era algo
¿Soberbia? No podía precisarlo, ni tampoco me importaba, las actitudes de esa
chiquilla eran un enigma que no me molestaría en aclarar.
Otra vez suspiró una risa y se
encogió de hombros.
―Supongo que tenemos las mismas
intenciones, Demonio. ― susurró. ― Pero más te vale no estorbarme…
¿Las mismas
intenciones? No pretendo ser igual de dictador que tú, señorita, pensé. Eso de decidir qué hacer conmigo desde el
primer momento y utilizar mis poderes sin mi consentimiento no se ve nada bien…
― No sabía lo que eso representaba
para ti. No me culpes por eso― refunfuñó. La ignoré, seguro hablaba consigo
misma…
…Con lo poco que había visto en sus
pensamientos, había reconocido situaciones en las que se hablaba así misma sin molestarse en los
demás. De verdad estaba loca, y eso podría beneficiarme de un momento a otro.
―Está bien, admito que no estoy
totalmente cuerda. Pero me parece algo descarado por tu parte llamarme
dictadora cuando tú pretendes valerte de eso…
La miré, alzando una ceja.
―Tengo una duda, Demonio. ―dijo
mientras se acercaba a la litera sin vacilación― ¿Siempre eres así de distraído o es sólo
porque tienes fiebre?
La observé con mayor extrañeza.
― ¿Eh? ― murmuré.
Rió con ganas, mientras decía:
― “¿Qué intentas, chiquilla? Dilo de
una vez, estoy demasiado cansado para tus estupideces”
Puse los ojos como platos.
¡Pequeña dictadora
de mierda!
― ¡ES INCREÍBLE QUE ME SIGAS
INSULTANDO DESPUÉS DE ESTO! ― rugió.
― ¡TÚ ERES LA QUE ESTÁ METIDA EN MI
CABEZA, CHIQUILLA! ¡Sal de una puta vez! ―refuté inmediatamente.
― ¡Si querías privacidad entonces no
deberías haberme asustado!
― ¡Como si lo hubiese hecho
intencionalmente!
― ¡Eso te enseñará a ser más
precavido entonces!
― ¡AGGH! ― me sostuve la cabeza con
una mano, el dolor se acrecentó con fiereza. La vi sonreír con autosuficiencia―
¡Querías que empeorara! ―constaté― ¡Demonios!
― ¡ja! ― rió maliciosamente― La
verdad era que no contaba con esa intensidad, Demonio…pero ese dolor que tienes
es interesante.
―Maldita dictadora― farfullé. ― ¿Qué soy
tu rata de laboratorio?
―Precisamente―asintió― Si piensas
utilizar mi debilidad para tu beneficio, yo también usaré la tuya. No obstante,
te devolveré tu privacidad…― sus ojos cambiaron, por unos segundos, del café al carmesí. ―Porque, a pesar de
todo…me considero una persona bastante justa.
― No me jodas― me reí. Puso los ojos
en blanco y se dio la vuelta― Espera, Kate, ¡Espera…!― pedí― ¿Dijiste
fiebre?
― ¿No es eso lo que tienes? ―dijo
extrañada. Alzó las cejas al comprender la mía alzada. Rió― Vamos, Demonio,
tienes frío, te duele la cabeza y sientes los párpados hirvientes…ah, sí eso lo
pude percibir cuando pude leer tus pensamientos… Fantástico ¿Eh? ―se burló
mientras salía de la habitación.
Sí, pequeña
dictadora, “Fantástico”.
Mi sarcasmo interno no ayudaba a que
me sintiera mejor, realmente. Suspiré y me recosté de nuevo en la cama,
comprobando mi temperatura con una de las manos. Sí, era un hecho. Era un
demonio de más de 700 años con fiebre. Maravilloso. Cerré los ojos tratando de dormir al menos un rato, cuando un pensamiento
inoportuno llegó a mi mente: ella había podido controlar con facilidad mis
poderes, además, pudo leer mis pensamientos cuidadosamente sin llegar a
enloquecer. Es decir, había algo más en esa chiquilla, algo extraño, algo
especial…quizá, fueran los residuos de…ella.
Bufé, realmente molesto y me ocupé de
dormir en lugar de inmiscuirme en asuntos sin importancia. Me había quedado
dormido pensando en ellas…craso error.
¿Qué podría
esperar? Ella no tendría ganas de verme. La resignación había pasado a ser un
sentimiento habitual en mí, después de todo.
Camino a lo
largo del pasillo lleno de hierba, me acerco con cuidado a lo que podría llamar
ahora “nuestra” casa. Alzo la vista. Ella está allí.
Sus cabellos se
funden con la oscuridad nocturna, ocultando su hermoso rostro parcialmente. Su
cuerpo se contrae en movimientos espasmódicos y sordos gimoteos hacen eco en la
estancia: está llorando. Sonrío, mientras detallo cómo sus tobillos besan
cuidadosamente el pasto bajo sus pies, ¿Cuántas veces le había dicho ya que no
lo hiciera? Trago en seco, me armo de
valor y fortaleza para dirigirle la palabra. Ambos valores, escudos que había
logrado elaborar a lo largo de los años…
―Te he dicho que
hay serpientes en este lugar…―divago.
Ella se contrae
al escuchar mi voz. No había notado mi presencia.
― ¡Jack! ―solloza, y alza la mirada.
Toda fuerza escapa de mi
al ver sus lágrimas. Corro a abrazarla, la calidez de su cuerpo me embriaga y
consuela.
―Tengo miedo…― susurra.
―Estoy aquí…―consuelo.
―No me dejes…―suplica.
―No lo haré…― afirmo.
―...Mentiroso.
…La oscuridad la
envuelve.
―Mentiroso…
―No…
― ¡Mentiroso!
No es sólo su voz, su
sino miles de ecos que proclaman su exclamación: ¡Mentiroso!, dicen con furia.
Ella sigue en mis brazos, aferra sus manos a mi pecho, tiene miedo, está asustada.
No estamos solos. Las voces nos rodean,
Mis pensamientos se
vuelven un torbellino: “nos encontraron, no hay tiempo que perder, nos rodean,
se acercan cada vez más. Tenemos que huir, tengo que sacarla, tengo que…”
―Mentiroso―gimotea―Mentiroso...mentiroso…mentiroso
La ignoro. Tengo que
salvarla.
Un extraño olor impregna
mi nariz: humo. Fuego, el fuego…el fuego
nos rodea. Nos condenaban, ella moriría. Tengo que escapar con ella, me
levanto, pero un dolor inmenso se clava en mi pecho y me detiene.
―Mentiroso― ruge con voz ronca.
¡Es ella! Sus manos
hundidas en mí, como puñales, se sumergen en mi piel con astucia. No son manos,
son dagas, dagas alargadas que salen de sus manos en lugar de dedos…No, no son
manos…No, no son sus manos…
Esto no es real.
Esto es un sueño…
¡Estaba soñando! ¡Ya podía ser consciente de
ello!
Pero, aun así no podía detenerlo ¿Por qué no
podía detenerlo? Intenté con todas mis fuerzas sin lograr nada. La mujer frente
a mí se alzó y estiró sus brazos, ascendiendo de mi pecho al cuello con su toque
mortal, rebanando toda la cantidad de piel que podía a su paso, eran diez
gigantescos cuchillos que pretendían romperme en pedazos.
Sentí la sangre correr por mi cuerpo. Bloqueé
el dolor, ella jamás tendría mis gritos, no de nuevo, ni siquiera en un sueño.
Alzó la vista hacia mí mientras se detenía en su intento de rebanar mi cuello,
sus ojos estaban perdidos.
―Mentiroso…―susurró.
El fuego se acercaba, sentí su calor en mi
piel. Las llamas se cerraban a nuestro alrededor. Tenía que acabar rápido.
― ¿Por qué? ― pregunté desafiante.
― ¿Por qué? ―repitió con voz rota. El fuego comenzó a cernirse
sobre ella, su piel se marchitaba como los pétalos de una anciana rosa,
contrayéndose, oscureciéndose y cayéndose― ¿Preguntas por qué? ― Sus labios comenzaron a consumirse, dejando ver sus
blancos dientes, los retazos chamuscados de su piel que se despegaban iban a
parar a mi torso, quemándolo suavemente― Pues porque no…moriste
conmigo…
La mitad de su cara acabó por desprenderse en
su totalidad y cayó en mi piel, su ojo se volvió una especie de jugo que calló
sobre mi pecho como la cera de una vela, dejando al descubierto un agujero
vacío y sanguinolento, la mitad de su cráneo al descubierto se oscurecía cada
vez más. Aquello era maravillosamente asqueroso.
―Suéltame― exigí. Sacó sus manos de mi cuerpo con un
movimiento rápido e impredecible, fue como descorchar una botella, la sangre
salió simultáneamente por mi boca y por mi pecho. Colocó sus manos chamuscadas,
normales, para mi sorpresa, en mi cuello y comenzó a apretar. ― ¡Te he dicho que me sueltes! ―rugí.
―Muere conmigo, Jack― susurró mientras ladeaba la cabeza en un movimiento
anormalmente rápido, haciendo que su cabello y parte de su piel se despegara de
un tirón. Su sangre y la mía se fundían. ―Muere conmigo…―apretó aún más mientras acercaba su rostro, en
posición por completo horizontal, hacia el mío― Muere conmigo…―se acercó aún más mientras apretaba― Muere conmigo…así, así, así…―jadeó― Así lo querías…muere,
muere...
― ¡NO!
Jadeaba en cuanto abrí los ojos.
Estaba sentado en la cama, no
recordaba cuándo me había despertado, mi cuerpo se movía incontrolablemente.
¿Qué me pasaba? ¿Acaso estaba temblando?
No, eso no era posible, no podía ser…yo, yo ya no tenía ese tipo de miedos. Había
algo más, tenía que haberlo.
¿Qué había sido ese sueño? Jamás
había soñado algo así, mis pesadillas normalmente…
―Mira que ponerte a gritar como loco y luego
levantarte como si nada…
La voz de mi Contratista me hizo poner los
ojos en blanco. ¿De verdad esto estaba pasando? En cuanto le dirigí la
mirada, ella estaba en el vano de la
puerta con un termo de agua en la mano y su desayuno justo al lado sobre
una mesa de hospital. En cuanto mis ojos se encontraron con el recipiente, ella
lo escondió tras de sí.
― ¿Planeabas despertarme con eso? ― jadeé
asombrado.
―La verdad…―suspiró― Voy a ser honesta
contigo, pero primero…ten. ― me tendió el pequeño recipiente azul y lo tomé sin
vacilación. Sí, tenía muchísima sed.
―Espero no pretendas envenenarme, Contratista,
eso no va a funcionar…
Sonrió.
―No lo pensé. ―asintió― Pero ese no es
el caso sino que... Honestamente, Demonio, acepté el contrato sólo porque jamás
pensé que fuera real…
―Te lo repetí mil veces― murmuré, dando un
sorbo de agua, se sentía bastante bien a decir verdad.
―Lo sé―admitió― Pero eso no es a lo que quiero
llegar. La verdad, es que no pretendo ser contigo como soy con los demás…es
decir, no me interesa en lo más mínimo lo que pienses y si te cansas de mí
pues…no te culparé. ―se encogió de hombros.
―Me estás diciendo que me tratarás como te
plazca. ― constaté.
―Exactamente. Sé que desde ayer lo estoy
implementando, pero quería dejar claro que sí tengo algo contra ti y por eso
hago lo que hago ¿Bien?
Fruncí el ceño. Por alguna razón esa
conversación sonaría mejor si ella dijera totalmente lo contrario o…bueno la
verdad no tengo idea de cómo debería sonar o no. Pero, irónicamente, que ella
fuera así era incluso un alivio para
mí. ¿O no? Traté de encajar las
piezas de su conversación divagante.
―Dices que me tratarás como te plazca…porque
no tengo relación alguna con los que te rodean y porque, además, quieres que
rompa el contrato. Pero hay algo más…
―Te odio por no haber dejado que me suicidara.
― aclaró sin inmutarse. Para este momento, ninguno de los dos se miraba a los
ojos, ella comía normalmente con la vista pegada al televisor y yo con la mía a
la ventana.
―Esa es la razón por la cual me querías tirar
el agua encima…
―Y porque gritabas demasiado, podrías agregar.
Eres muy molesto.
Callé unos segundos, mientras bebía otro
sorbo. ¿Por qué me había degradado tanto
al gritar? ¿De verdad estaba tan débil?
Un presentimiento extraño me hizo girar la
vista hacia ella, me estaba observando
con los ojos entornados.
―Eres como yo. ―murmuró. ― Analizas demasiado cosas sin importancia.
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