Tercera
Dosis: Encuentro
Aquella mañana, el cuarto de Kain brillaba con una
luminosidad intensa, el reflejo del sol en las sábanas vacías hacían notar un
calor inverosímil en la habitación, la pacífica estancia silenciosa sólo le
ocasionó a Kimihiro una tristeza y una desesperación agobiantes ¿Dónde estaba
su amo?
Buscó alrededor de la
gran habitación alfombrada, pero la luz de la mañana, en conjunto con el
miedo abrazador le impedía ver más allá de su
propia nariz, volvió a vislumbrar la cama sin moverse demasiado del
lugar donde se había quedado paralizado. Las sábanas caídas parecían apuntar a
una dirección, la siguió aterrado y sin pensar: el baño.
Llamó a su amo con un hilo de voz antes de abrir la puerta que no estaba totalmente cerrada…la visión del baño
lo hizo paralizar de terror.
Por completo, el
suelo pulcro y blanco había sido bañado por
una gran alfombra carmesí, el líquido se extendía por toda la
estancia, marcas de manos y pies rojos y
castaños reposaban a los costados del sanitario, las toallas y el lavamanos. Había
paños en el suelo acumulados a los costados del mar de sangre semi-seca, como
si alguien hubiese intentado, sin éxito,
limpiar un poco el desastre de aquella escena de pesadilla…
…La mente de Kimihiro comenzó a recrear escenas
imposibles, su amo podría bien haberse suicidado o…quizás aquél
estimulante había sido demasiado para él
o… ¿Qué habría detrás de las cortinas
que ocultaban la bañera? ¿Encontraría acaso el cadáver de un joven que…?
―Lamento eso, viejo, les ayudaré a limpiar más tarde…
La voz de Kain fue como un coro de ángeles para el anciano asiático, quien salió
inmediatamente de la sala de baño hecho
una furia. Pero toda emoción quedó
eclipsada por la imagen del chico de espaldas, perdido en pensamientos, mirando
a través de las cortinas, dejando que la luz del sol iluminara su magullado y
escuálido cuerpo.
― ¿Por qué no me avisó, joven amo? ― murmuró Kimihiro
con voz queda.
―No te había sentido…tardé en darme cuenta de que me
llamabas― seguía de espaldas, pero en su voz se asomaba una sonrisa― Y si es
por lo del baño…pues… pensé que podría controlarlo…― se
dio la vuelta― Estoy muriendo, viejo.
El asiático se petrificó por completo.
Bajo los ojos del chico
reposaban grandes ojeras púrpuras, su frente lucía una fina capa de
sudor brillante que fundía algunas hebras de su cabello ceniciento con su piel
pálida, casi traslúcida. A pesar del
aspecto cansado, Kain expresó una sonrisa enorme y sincera.
―Pero tú me has dicho que la muerte es sólo un paso más
hacia la vida…―entornó los ojos, sus iris violeta brillaron al instante―
Estamos cerca, puedo sentirlo.
―Joven amo…―tartamudeó Kimihiro, abiertamente
sorprendido.
―Lo que pasó anoche…―desvió la mirada al baño― Es sólo
lo de siempre, solo que no pude detener
la hemorragia nasal luego de que terminé
de vomitar― se encogió de hombros― Gajes del oficio…
―Joven amo…
―Tráeme el trapeador…ya me siento mejor como para
limpiar…
―Joven amo…
―Ve, Kimihiro…
―Joven amo…usted…
―No voy a ir al hospital. ―sentenció con voz seria.
― ¡Tiene qué!
― ¡No!
― ¡Joven amo!
― ¡No voy a ir! ¡Ya me siento mejor! ¡Esto no volverá a
pasar! ― El tono de súplica de Kain le disminuía los años que tenía. ―Hice los
cálculos, no perdí tanta sangre…mi cuerpo puede…
El viejo asiático cambió de postura, ahora parecía más severo.
Su voz reafirmó sus acciones.
―Si no vamos al hospital ya mismo, me negaré a
aplicarle el tratamiento esta noche.
Kain se quedó varado en medio de una excusa bien
preparada, y bastante bien documentada,
que se había estado pensando toda la noche justo después de que las náuseas lo hicieran
despertarse de golpe, y vaciara por
completo el estómago en el suelo del baño.
Kain juraba, en sus cavilaciones pretenciosas, que no
hubiese sido tan trágico de no ser por el entorpecimiento que le ocasionaban
los medicamentos para dormir, de hecho,
pretendía culpar a los mismos de la hemorragia nasal subsiguiente…jamás culparía de sus males a la debilidad
antinatural de su cuerpo, causada en efecto por aquellos sueños.
Pero todos sus argumentos habían sido asesinados
cruelmente por la afirmación de Kimihiro. Ahora, aunque no quisiera, debía ir
al hospital sin lugar a dudas, para recibir las molestas (y eternas)
transfusiones sanguíneas.
De hecho, Kain sabía que su cuerpo no se habría
deteriorado tanto de no ser por los
abruptos despertares que sus padres y médicos personales le hacían sufrir
cuando se trasladaba a ese mundo fantasioso al que, antaño, amaba visitar.
Ahora, ese lugar no hacía más que darle muchos problemas, aunque lo irónico era
que revivir aquellos sueños lo estaba devolviendo a un estado de salud
estable…al menos podía caminar sin problemas
y su rostro podía verse menos
aterrador.
~
―Deja de reírte, viejo.
―Es increíble que se ponga así de pálido, por unas
pequeñas agujas…cuando lleva dos noches siendo atravesado por monstruosidades…
El color del rostro de Kain contrastaba con su ceño
fruncido, el sudor frío que recorría su frente al sentir la aguja atravesar su piel acentuaba la sonrisa del mayordomo asiático.
―Simplemente detesto los hospitales…―se quejó― A demás,
prefiero las monstruosidades a estas
pequeñas hijas de… ¡Ay!
―La sangre ya ha empezado a circular, señor…lo mejor es
que se relaje. ―dijo la enfermera con voz queda.
Kain forzó una sonrisa, intentando hacer un comentario
que se vio censurado por la mirada fulminante del asiático. Cuando la enfermera
se marchó, Kain se ocupó de darle su mejor sonrisa y guiñarle un ojo, la joven
se sonrojó y salió a trompicones de la habitación.
―No salgo mucho…―farfulló Kain― déjame divertirme…
―Usted no debe tener “ese tipo” de reputación, señor,
recuerde quien es usted.
El chico puso los ojos en blanco.
―Si muero les dará igual…buscarán al bastardo. Sabes a
quienes me refiero.
El silencio subsiguiente hizo que el asiático saliera
de la habitación. El chico cerró los ojos instintivamente, a esperar (evitando
dormirse, por supuesto) a que la primera bolsa de sangre acabara…
Luego de una hora de tortura, Kain actuó rápidamente:
se quitó con cuidado la aguja encajada en su antebrazo, colocó hábilmente un
algodón con alcohol para evitar accidentes y…salió por la ventana.
El chico tenía ya años sin pisar un pie fuera de su
casa, y al único lugar al que lograba salir de vez en cuando era ese
escalofriante hospital…pensó que salir un rato a recorrer no estaría mal.
Además, se encontraban en una planta baja, y salir por la ventana no lo
arrastraría a una muerte tonta.
El sol de
aquella mañana parecía ser enviado por el mismo Dios, un sol así en San
Petersburgo era de hecho una bendición para sus habitantes, más aún con aquel
chico que soñaba con ver un sol real, más allá del brillante y caluroso de sus
sueños. Kain continuó recorriendo el hospital en busca de aquella zona boscosa
que había vislumbrado desde las ventanas siempre, una vez que lo encontró…tuvo
que retroceder y escabullirse hacia otro
lugar: Kimihiro ya lo estaba buscando y, sin duda, lo conocía bastante
bien como para presentir a dónde iría.
El chico suspiró y se metió entre los arbustos, pasó
con sigilo y aprovechó su delgadez para inmiscuirse entre los árboles y los
postes de luz hasta llegar, siempre vigilando tras de sí, a una amplia zona
verde iluminada por el sol matutino…
― ¿Te estas escondiendo? ― rió una voz femenina tras
él.
El chico sonrió con picardía antes de darse la vuelta,
pero la sonrisa escapó de sus facciones al observar a la chica que estaba tras
él (y que casi había golpeado sin darse cuenta) sentada en un banco con un
libro en las manos. Aquella chica sonreía con comprensión mientras Kain la observaba. Ella era, sin duda, un
reflejo de su estado actual: cara cadavérica, manos esqueléticas y ropa por
completo holgada.
Aunque…más allá de eso, se encontraba un cabello rubio
lacio y largo, unos ojos azul profundo y un aura tranquilizadora que hacía
juego con una sonrisa cálida y espectacular.
Kain suspiró una sonrisa, seguro ella tendría problemas
distintos al suyo…pero conservaban una apariencia similar.
―Estar aquí es una molestia…―dijo el chico.
Ella asintió.
―No podría haberlo dicho mejor…― rió entornando los
ojos, efectuó una pausa muy breve― ¿Quieres
sentarte? ― susurró tartamudeando mientras
señalaba al banco con una de sus huesudas manos.
Kain se encogió de hombros y se acomodó junto a ella, la verdad, comenzaba a
sentirse agotado.
―Kain…―sonrió tendiendo su mano, ella la estrechó
dudosa y sorprendida ante la rapidez del chico.
―Ro…Roxanna―tartamudeó.
Los jóvenes se observaron por unos instantes sin soltar
el enlace que sus manos habían formado. Aquellos ojos azules se fundieron en
los violeta de Kain, ambos quedaron mudos por
unos instantes en los que sus sonrisas se vieron consumidas por una
seriedad inusitada y hechizante, como si la profundidad oculta dentro de la
mirada de cada uno ocultara un secreto atroz, abominable, pero, al mismo tiempo
mágico e inquebrantable. Kain sentía como si su ser entero quisiera
fundirse en ella, quería sentirla aun más cerca, como si su cuerpo clamara a
gritos envolverla en sus brazos, mientras que Roxanna se debatía dentro d si,
luchando contra el añoro que recorría sus venas y la empujaba a acomodarse en
el pecho de aquel extraño…
La gran pregunta, ese gigantesco: “¿Te conozco?”
bailaba en ambos labios que parecían haberse quedado inmóviles por toda la
eternidad, aquél momento parecía,
incluso, haberse congelado por completo, ninguno de los dos quería romper esa
reciente conección, como si más allá hubiese algo que los ataba de alguna forma…Pero
ambos recordaron el peso que sus problemas traían consigo.
Un parpadeo marcó el fin de aquella conexión extraña,
Kain y Roxanna fueron retirándose con pesadez, a pesar de que sus manos
parecían haberse pegado por completo una a la otra, sus palmas se movían con
lentitud, separándose a medida que la
chica comenzaba a hablar…
―Y…―tartamudeó Roxana, colocando la mano en su cabello
como reflejo y desvió la mirada― ¿De quién huyes?
Kain se había quedado mirándola por unos instantes más,
intentando excavar en los rincones de su memoria, ¿aquella chica acaso…?
― ¿Eh? ― farfulló el chico, regresando a la realidad―
¿Huyen…? ¡OH, MIERDA! ― se puso de pie de un salto― Lo siento, pero tengo que
irme…se supone que es…debe…yo…
La chica rió con ganas.
―Adelante…no te preocupes. ―culminó con amabilidad.
― ¡Lo siento! ― murmuró el chico― ¿Cómo dijiste que te
llamabas? ¿Rux…?
―Roxanna…―suspiró ella rápidamente.
―Roxanna― repitió él, sonriente― Nos vemos otro día
¿Sí?
―Por supuesto, Kain.
El chico se alejó unos cuantos pasos luego de su
despedida, para luego regresar rápidamente, quitándole la oportunidad a la
chica de volver a su libro. Ella lo miró con extrañeza.
― ¿Me das tu número? ― farfulló Kain.
La sonrisa de aquella joven, Roxanna, para Kain brilló
mucho más que el sol de aquella cálida mañana.
~
―No puedes estar molesto conmigo todo el día…―murmuró
Kain mientras se recostaba de la cama…―En su voz se ahogaba un cansancio
lastimero
…recientemente habían llegado del hospital y Kimihiro
no le había dirigido la palabra luego de haberlo encontrado bajo un
árbol…hirviendo de fiebre. Luego de las transfusiones, Kain tampoco había sido
capaz siquiera de quejarse; no solo debido a su alta temperatura corporal, sino
al rostro iracundo de su viejo compañero.
―Por supuesto que no…―refunfuñó Kimihiro― Amo
Kain…―tartamudeó― ¿está seguro de querer recibir la dosis hoy? ―el viejo lo
acababa de descubrir contrayendo la expresión, había algo que lo
hacía sufrir.
El chico asintió a pesar de todo y observó el pequeño papel arrugado
sobre el escritorio donde estaba escrito el número de Roxanna. El chico tomó el
papel y se lo dio a su mayordomo con una sonrisa cansada.
―Por chicas como esta…lo vale.
Aunque Kain no supo el verdadero significado de sus
palabras, se sintió aliviado al pronunciarlas. Por lo que aquella noche, con el
lente de la cámara apuntándole, el veneno recorriendo sus venas y las agujas
clavándose en su pecho, se deslizó con tranquilidad a su ya acostumbrada visión
onírica…
Había
tenido que llamar a mi hermano para poder moverme luego de haber ayudado a Ruxa, mi cuerpo había trabajado bastante bien aquél día, pero crear
el escudo a distancia , además de mover el árbol (a quien me había costado
mucho convencer), me habían dejado agotado.
Con
suerte, Ruxandra jamás se enteraría de lo ocurrido, al menos no por mi parte…
―Detesto tener que hacer esto,
Caleb. ― refunfuñó Jhosuá.
―Cállate…ni se te ocurra
culparla a ella por esto…la única culpable aquí es la Reina―
tosí y me incliné hacia adelante. Ya no podía más.
Mi
hermano me sostuvo con más fuerza sin
musitar palabra alguna.
―Maldita perra…―murmuré.
―Hermano…
―Es una perra…―ya
no podía distinguir nada, estaba demasiado cansado para ser moral. ―
De no ser por ella…
―Ruxandra no hubiera nacido―culminó
Jhoshuá, acallando mis quejas por completo.
Después
de todo, aquello era cierto, de no ser por esa despiadada Arpía quien invadió
el reino con su séquito sin piedad, devastándolo todo a su paso, el Rey Mago no
hubiese estado dispuesto a darle un hijo para
detener sus perversidades, de no ser por aquella mujer quien decidió
dividir a su engendro en tres mitades
para evadir el juramento de la Sibila puesto
en su contra, quien condenó al mayor de ellos a sobrellevar una carga
llena de desdicha para que los otros le sirvieran de fuente de vida y juventud,
sin toda esa crueldad sadismo y fiereza…yo no hubiese podido conocer a mi querida Ruxandra.
―Hermano…―farfulló
Joshuá― Ten presente que no es la Reina quien te ha
debilitado…tampoco el entrenamiento…has
sucumbido a algo mucho más fuerte que tu…
― ¿Qué tonterías dices, Josh? ―
murmuré con dificultad.
―Hermano…he descubierto tu debilidad
más grande…rezo porque te traiga felicidad y no desgracia…
Me
sumergí en la negrura luego de escuchar
sus palabras.
En
cuanto desperté, era de nuevo día de entrenamiento…así sucedieron los años
siguientes: pesadillas, lamentos, risas y llantos indefinidos en un período que
cada vez se hacía mas corto. Con frecuencia, Ruxandra y yo teníamos episodios
ansiosos, cada cumpleaños nos encontrábamos y no parábamos de hablar hasta
desfallecer, había logrado nivelar los niveles de magia y ahora podía utilizar
el árbol para movilizarme mejor dentro del muro, aunque las sensaciones fueran
burdas y dispersas, era suficiente para tranquilizarnos.
Al
cumplir los 15, nuestras despedidas
cambiaron del típico “buenas noches” al
ya acostumbrado “falta poco”.
«Falta poco, Ruxandra, falta poco.»
No
me dejaba de repetir a medida que los
días pasaban. La espera era
tortuosa, pero, sin duda, valía la pena. Sin embargo, aquél día comenzó
con nubes grises que se ceñían a mi
alrededor…
…creo
que la cosa más impactante fue el rostro
de mi madre al verme entrar en la
cocina la mañana de mi decimosexto cumpleaños. En sus facciones se vislumbraba
la pérdida y el desconsuelo, sus ojos color caramelo estaban enrojecidos y
acuosos, mas las lágrimas que amenazaban parecían inexistente. Me tardé varios
minutos en comprender aquél semblante
desolado: ella sentía que perdía a un hijo.
Sin
decir palabra alguna me adelanté a abrazarla, ella era mi madre, recordé cómo
antes solía refugiarme en su pecho y llorar en su regazo, pero ahora era ella
la que necesitaba calor y consuelo. La sentí pequeña en mis brazos, frágil, su
cuerpo temblaba con levedad mientras contenía sus sollozos implacables. Se me
hizo un nudo en la garganta.
―No me iré tan pronto…―susurré.
―Caleb…mi Caleb…―estalló
por fin…
…Su
llanto desconsolado me obligó a adoptar
una posición firme. No abandonaría todo
por aquél momento tan espantoso, sabía que estaba dispuesto a morir…a pesar de
todo lo que pudiese causar a mi familia.
―Madre…―
la voz de mi hermano era inexpresiva― Iré con él.
Esas tres palabras parecieron tranquilizar a mi
madre, mas no entendía el por qué. Fruncí el ceño al tiempo que sentía
unas palmadas en la espalda, reconocí la mano fuerte de mi padre en el
contacto.
―Tu hermano te protegerá de la reina. ―
aclaró. ― El Rey Mago…ha dicho que está
en celo.
¿La
reina? ¿En celo?
― Pe…―tardé
unos segundos en comprender…
…Ruxandra
lo había mencionado, esa insaciable sed de la reina por la carne joven. Por la
carne masculina en general, sin duda ese “celo” supondría para mi graves…no,
desastrosos problemas. En especial con mi querida Ruxa.
―Entiendo―susurré.
Mi
madre se deslizó de mis brazos y corrió a los de mi padre. Sus ojos me
observaban detenidamente, como
si…como si estuvieran
despidiéndose de mi…
Comencé
a notar como la habitación vibraba, como el mundo se inclinaba y me empujaba
hacia atrás, los brazos de Joshuá me
tomaron inesperadamente.
―Este es tu castigo…―dijo mi madre con voz quebrada.
―Te dije que no podías romper
las reglas, Caleb…
―Pero… ¿qué? ―jadeé.
―Hermano…―susurró
Joshuá― Has cometido un pecado
abominable…has hecho lo innombrable…y
como castigo deberás absorber todos
estos años de entrenamiento, todas las dolencias vividas…en este momento…
Poco
a poco, mis extremidades comenzaron a contraerse, la carne se ciñó sobre mis
huesos de forma arrolladora, el dolor lo ocupó todo en cuestión de segundos.
Noté como cada sección de mi cuerpo se abría, se rompía y se curaba, juré
escuchar los huesos crujir por encima de los susurros de mi hermano:
“Tendrás
que esperar a esta tarde para verla”
Los gritos de Kain
paralizaron por segundos a Kimihiro.
Pero al ver el sufrimiento de su amo quitó con rapidez
las gigantescas agujas sobresalientes de su cuerpo, Kain continuaba
retorciéndose de dolor, cada uno de sus músculos se contraía, las venas de su
cuello se dilataban con cada grito espeluznante. El sudor cristalino poco a
poco se tiñó de sangre oscura, todo su cuerpo se retorcía, todo su ser parecía
arder en llamas inexistentes…
― ¡Joven amo! ¡joven amo debe despertar! ¡debe salir de
ese sueño!
― ¡NOO! ¡QUIERO VERLA! ―gritó Kain fuera de sí.
― ¡JOVEN AMO! ¡REGRESE! ¡ESO NO EXISTE! ¡DEBE VOLVER A
SU CONSCIENTE! ¡JOVEN AMO! ¡AMO KAIN!
Kain lanzó un grito ensordecedor antes de abrir los
ojos de golpe y volver en si con lentitud. Su respiración estaba acelerada y
cansada, su cuerpo temblaba.
―Agua…―susurró.
El asiático se movió con rapidez colocando el vaso en
sus labios castañeantes. El agua salió
de su boca con una tos seca, su
mayordomo lo limpió y ayudó a incorporarse. Kain hizo una mueca de dolor,
indicándole a Kimihiro que lo acostara otra vez. Se cubrió el rostro con las
manos y lanzó otro grito, esta vez de rabia y desdén.
―Demonios…―farfulló el chico con voz entrecortada.
―Joven amo…―suspiró el viejo.
― ¿Sabes cuál era ese pecado tan abominable? ―
interrumpió rápidamente Kain. ― Ese pecado por el que sufrió aquél infierno…
―No. serñor…
Kain sollozó.
―Demonios…demonios…Caleb él…―murmuró con rabia― ¡¿Qué
demonios tiene de malo haberse
enamorado?!
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