4 jun 2012

Tercera Dosis: Encuentro


Tercera Dosis: Encuentro


Aquella mañana, el cuarto de Kain brillaba con una luminosidad intensa, el reflejo del sol en las sábanas vacías hacían notar un calor inverosímil en la habitación, la pacífica estancia silenciosa sólo le ocasionó a Kimihiro una tristeza y una desesperación agobiantes ¿Dónde estaba su amo?
Buscó alrededor de la  gran habitación alfombrada, pero la luz de la mañana, en conjunto con el miedo abrazador le impedía ver más allá de su  propia nariz, volvió a vislumbrar la cama sin moverse demasiado del lugar donde se había quedado paralizado. Las sábanas caídas parecían apuntar a una dirección, la siguió aterrado y sin pensar: el baño.
Llamó a su amo con un hilo de  voz antes de abrir la puerta que no  estaba totalmente cerrada…la visión del baño lo hizo paralizar de terror.
Por completo,  el suelo pulcro y blanco había sido bañado por  una gran alfombra carmesí, el líquido se extendía por toda la estancia,  marcas de manos y pies rojos y castaños reposaban a los costados del sanitario, las toallas y el lavamanos. Había paños en el suelo acumulados a los costados del mar de sangre semi-seca, como si  alguien hubiese intentado, sin éxito, limpiar un poco el desastre de aquella escena de pesadilla…
…La mente de Kimihiro comenzó a recrear escenas imposibles, su amo podría bien haberse suicidado o…quizás aquél estimulante  había sido demasiado para él o… ¿Qué habría detrás de las  cortinas que ocultaban la bañera? ¿Encontraría acaso el cadáver de un joven que…?
―Lamento eso, viejo, les ayudaré a limpiar más tarde…
La voz de Kain fue como un coro de  ángeles para el anciano asiático, quien salió inmediatamente de la  sala de baño hecho una furia. Pero toda  emoción quedó eclipsada por la imagen del chico de espaldas, perdido en pensamientos, mirando a través de las cortinas, dejando que la luz del sol iluminara su magullado y escuálido cuerpo.
― ¿Por qué no me avisó, joven amo? ― murmuró Kimihiro con voz queda.
―No te había sentido…tardé en darme cuenta de que me llamabas― seguía de espaldas, pero en su voz se asomaba una sonrisa― Y si es por lo  del  baño…pues… pensé que podría controlarlo…― se dio la vuelta― Estoy muriendo, viejo.
El asiático se petrificó por completo.
Bajo los ojos del chico  reposaban grandes ojeras púrpuras, su frente lucía una fina capa de sudor brillante que fundía algunas hebras de su cabello ceniciento con su piel pálida, casi  traslúcida. A pesar del aspecto cansado, Kain expresó una sonrisa enorme y sincera.
―Pero tú me has dicho que la muerte es sólo un paso más hacia la vida…―entornó los ojos, sus iris violeta brillaron al instante― Estamos cerca, puedo sentirlo.
―Joven amo…―tartamudeó Kimihiro, abiertamente sorprendido.
―Lo que pasó anoche…―desvió la mirada al baño― Es sólo lo de siempre, solo  que no pude detener la hemorragia  nasal luego de que terminé de vomitar― se encogió de hombros― Gajes del oficio…
―Joven amo…
―Tráeme el trapeador…ya me siento mejor como para limpiar…
―Joven amo…
―Ve, Kimihiro…
―Joven amo…usted…
―No voy a ir al hospital. ―sentenció con voz seria.
― ¡Tiene qué!
― ¡No!
― ¡Joven amo!
― ¡No voy a ir! ¡Ya me siento mejor! ¡Esto no volverá a pasar! ―  El tono de súplica de Kain  le disminuía los años que tenía. ―Hice los cálculos, no perdí tanta sangre…mi cuerpo puede…
El viejo asiático cambió de postura, ahora parecía más severo. Su voz reafirmó sus acciones.
―Si no vamos al hospital ya mismo, me negaré a aplicarle el tratamiento esta noche.
Kain se quedó varado en medio de una excusa bien preparada, y bastante bien documentada,  que se había estado pensando toda la noche justo  después de que las náuseas lo hicieran despertarse de golpe,  y vaciara por completo el estómago en el suelo del baño.
Kain juraba, en sus cavilaciones pretenciosas, que no hubiese sido tan trágico de no ser por el entorpecimiento que le ocasionaban los medicamentos para dormir, de  hecho, pretendía culpar a los mismos de la hemorragia nasal subsiguiente…jamás  culparía de sus males a la debilidad antinatural de su cuerpo, causada en efecto por aquellos sueños.
Pero todos sus argumentos habían sido asesinados cruelmente por la afirmación de Kimihiro. Ahora, aunque no quisiera, debía ir al hospital sin lugar a dudas, para recibir las molestas (y eternas) transfusiones sanguíneas.
De hecho, Kain sabía que su cuerpo no se habría deteriorado tanto de no ser por  los abruptos despertares que sus padres y médicos personales le hacían sufrir cuando se trasladaba a ese mundo fantasioso al que, antaño, amaba visitar. Ahora, ese lugar no hacía más que darle muchos problemas, aunque lo irónico era que revivir aquellos sueños lo estaba devolviendo a un estado de salud estable…al menos podía caminar sin problemas  y su rostro podía verse menos  aterrador.
~
―Deja de reírte, viejo.
―Es increíble que se ponga así de pálido, por unas pequeñas agujas…cuando lleva dos noches siendo atravesado por monstruosidades…
El color del rostro de Kain contrastaba con su ceño fruncido, el sudor frío que recorría su frente al sentir  la aguja atravesar su  piel acentuaba la sonrisa del mayordomo asiático.
―Simplemente detesto los hospitales…―se quejó― A demás, prefiero las monstruosidades  a estas pequeñas hijas de… ¡Ay!
―La sangre ya ha empezado a circular, señor…lo mejor es que se relaje. ―dijo la enfermera con voz queda.
Kain forzó una sonrisa, intentando hacer un comentario que se vio censurado por la mirada fulminante del asiático. Cuando la enfermera se marchó, Kain se ocupó de darle su mejor sonrisa y guiñarle un ojo, la joven se sonrojó y salió a trompicones de la habitación.
―No salgo mucho…―farfulló Kain― déjame divertirme…
―Usted no debe tener “ese tipo” de reputación, señor, recuerde quien es usted.
El chico puso los ojos en blanco.
―Si muero les dará igual…buscarán al bastardo. Sabes a quienes me refiero.
El silencio subsiguiente hizo que el asiático saliera de la habitación. El chico cerró los ojos instintivamente, a esperar (evitando dormirse, por supuesto) a que la primera bolsa de sangre acabara…
Luego de una hora de tortura, Kain actuó rápidamente: se quitó con cuidado la aguja encajada en su antebrazo, colocó hábilmente un algodón con alcohol para evitar accidentes y…salió por la ventana.
El chico tenía ya años sin pisar un pie fuera de su casa, y al único lugar al que lograba salir de vez en cuando era ese escalofriante hospital…pensó que salir un rato a recorrer no estaría mal. Además, se encontraban en una planta baja, y salir por la ventana no lo arrastraría a una muerte tonta.
El  sol de aquella mañana parecía ser enviado por el mismo Dios, un sol así en San Petersburgo era de hecho una bendición para sus habitantes, más aún con aquel chico que soñaba con ver un sol real, más allá del brillante y caluroso de sus sueños. Kain continuó recorriendo el hospital en busca de aquella zona boscosa que había vislumbrado desde las ventanas siempre, una vez que lo encontró…tuvo que retroceder y escabullirse  hacia otro lugar: Kimihiro ya lo estaba buscando y, sin duda, lo conocía  bastante  bien como para presentir a dónde iría.
El chico suspiró y se metió entre los arbustos, pasó con sigilo y aprovechó su delgadez para inmiscuirse entre los árboles y los postes de luz hasta llegar, siempre vigilando tras de sí, a una amplia zona verde iluminada por el sol matutino…
― ¿Te estas escondiendo? ― rió una voz femenina tras él.
El chico sonrió con picardía antes de darse la vuelta, pero la sonrisa escapó de sus facciones al observar a la chica que estaba tras él (y que casi había golpeado sin darse cuenta) sentada en un banco con un libro en las manos. Aquella chica sonreía con comprensión mientras  Kain la observaba. Ella era, sin duda, un reflejo de su estado actual: cara cadavérica, manos esqueléticas y ropa por completo holgada.
Aunque…más allá de eso, se encontraba un cabello rubio lacio y largo, unos ojos azul profundo y un aura tranquilizadora que hacía juego con una sonrisa cálida y espectacular.
Kain suspiró una sonrisa, seguro ella tendría problemas distintos al suyo…pero conservaban una apariencia similar.
―Estar aquí es una molestia…―dijo el chico.
Ella asintió.
―No podría haberlo dicho mejor…― rió entornando los ojos, efectuó una   pausa muy breve― ¿Quieres sentarte? ― susurró tartamudeando mientras  señalaba al banco  con una  de sus huesudas manos.
Kain se encogió de hombros y se  acomodó junto a ella, la verdad, comenzaba a sentirse agotado.
―Kain…―sonrió tendiendo su mano, ella la estrechó dudosa y sorprendida ante la rapidez del chico.
―Ro…Roxanna―tartamudeó.
Los jóvenes se observaron por unos instantes sin soltar el enlace que sus manos habían formado. Aquellos ojos azules se fundieron en los violeta de Kain, ambos quedaron mudos por  unos instantes en los que sus sonrisas se vieron consumidas por una seriedad inusitada y hechizante, como si la profundidad oculta dentro de la mirada de cada uno ocultara un secreto atroz, abominable, pero, al mismo  tiempo  mágico e inquebrantable. Kain sentía como si su ser entero quisiera fundirse en ella, quería sentirla aun más cerca, como si su cuerpo clamara a gritos envolverla en sus brazos, mientras que Roxanna se debatía dentro d si, luchando contra el añoro que recorría sus venas y la empujaba a acomodarse en el pecho de aquel extraño…
La gran pregunta, ese gigantesco: “¿Te conozco?” bailaba en ambos labios que parecían haberse quedado inmóviles por toda la eternidad, aquél momento  parecía, incluso, haberse congelado por completo, ninguno de los dos quería romper esa reciente conección, como si más allá hubiese algo que los ataba de alguna forma…Pero ambos recordaron el peso que sus problemas traían consigo.
Un parpadeo marcó el fin de aquella conexión extraña, Kain y Roxanna fueron retirándose con pesadez, a pesar de que sus manos parecían haberse pegado por completo una a la otra, sus palmas se movían con lentitud, separándose  a medida que la chica comenzaba a hablar…
―Y…―tartamudeó Roxana, colocando la mano en su cabello como reflejo y desvió la mirada― ¿De quién huyes?
Kain se había quedado mirándola por unos instantes más, intentando excavar en los rincones de su memoria, ¿aquella chica acaso…?
― ¿Eh? ― farfulló el chico, regresando a la realidad― ¿Huyen…? ¡OH, MIERDA! ― se puso de pie de un salto― Lo siento, pero tengo que irme…se supone que es…debe…yo…
La chica rió con ganas.
―Adelante…no te preocupes. ―culminó con amabilidad.
― ¡Lo siento! ― murmuró el chico― ¿Cómo dijiste que te llamabas? ¿Rux…?
―Roxanna…―suspiró ella rápidamente.
―Roxanna― repitió él, sonriente― Nos vemos otro día ¿Sí?
―Por supuesto, Kain.
El chico se alejó unos cuantos pasos luego de su despedida, para luego regresar rápidamente, quitándole la oportunidad a la chica de volver a su libro. Ella lo miró con extrañeza.
― ¿Me das tu número? ― farfulló Kain.
La sonrisa de aquella joven, Roxanna, para Kain brilló mucho más que el sol de aquella cálida mañana.
~
―No puedes estar molesto conmigo todo el día…―murmuró Kain mientras se recostaba de la cama…―En su voz se ahogaba un cansancio lastimero
…recientemente habían llegado del hospital y Kimihiro no le había dirigido la palabra luego de haberlo encontrado bajo un árbol…hirviendo de fiebre. Luego de las transfusiones, Kain tampoco había sido capaz siquiera de quejarse; no solo debido a su alta temperatura corporal, sino al rostro iracundo de su viejo compañero.  
―Por supuesto que no…―refunfuñó Kimihiro― Amo Kain…―tartamudeó― ¿está seguro de querer recibir la dosis hoy? ―el viejo lo acababa de descubrir contrayendo la expresión, había algo que   lo  hacía  sufrir.
El chico asintió a pesar  de todo y observó el pequeño papel arrugado sobre el escritorio donde estaba escrito el número de Roxanna. El chico tomó el papel y se lo dio a su mayordomo con una sonrisa  cansada. 
―Por chicas como esta…lo vale.
Aunque Kain no supo el verdadero significado de sus palabras, se sintió aliviado al pronunciarlas. Por lo que aquella noche, con el lente de la cámara apuntándole, el veneno recorriendo sus venas y las agujas clavándose en su pecho, se deslizó con tranquilidad a su ya acostumbrada visión onírica…

Había tenido que llamar a mi hermano para poder moverme luego  de haber ayudado a Ruxa, mi cuerpo había  trabajado bastante bien aquél día, pero crear el escudo a distancia , además de mover el árbol (a quien me había costado mucho convencer), me habían dejado agotado.
Con suerte, Ruxandra jamás se enteraría de lo ocurrido, al menos no por mi parte…
Detesto tener que hacer esto, Caleb. refunfuñó Jhosuá.
Cállate…ni se te ocurra culparla a ella por esto…la única culpable aquí es la Reina tosí y me incliné hacia adelante. Ya no podía más.
Mi hermano me sostuvo con más  fuerza sin musitar palabra alguna.
 Maldita perra…murmuré.
Hermano…
Es una perra…ya no podía distinguir nada, estaba demasiado cansado para ser moral. De no ser por ella…
Ruxandra no hubiera nacidoculminó Jhoshuá, acallando mis quejas por completo.
Después de todo, aquello era cierto, de no ser por esa despiadada Arpía quien invadió el reino con su séquito sin piedad, devastándolo todo a su paso, el Rey Mago no hubiese estado dispuesto a darle un hijo para  detener sus perversidades, de no ser por aquella mujer quien decidió dividir  a su engendro en tres mitades para evadir el juramento de la Sibila puesto  en su contra, quien condenó al mayor de ellos a sobrellevar una carga llena de desdicha para que los otros le sirvieran de fuente de vida y juventud, sin toda esa crueldad sadismo y fiereza…yo no hubiese podido conocer a mi querida  Ruxandra.
Hermano…farfulló Joshuá  Ten presente que no es la Reina quien te ha debilitado…tampoco el entrenamiento…has  sucumbido a algo mucho más fuerte que tu…
¿Qué tonterías dices, Josh? murmuré con dificultad.
Hermano…he descubierto tu debilidad más grande…rezo porque te traiga felicidad y no desgracia…
Me sumergí  en la negrura luego de escuchar sus palabras.
En cuanto desperté, era de nuevo día de entrenamiento…así sucedieron los años siguientes: pesadillas, lamentos, risas y llantos indefinidos en un período que cada vez se hacía mas corto. Con frecuencia, Ruxandra y yo teníamos episodios ansiosos, cada cumpleaños nos encontrábamos y no parábamos de hablar hasta desfallecer, había logrado nivelar los niveles de magia y ahora podía utilizar el árbol para movilizarme mejor dentro del muro, aunque las sensaciones fueran burdas y dispersas, era suficiente para tranquilizarnos.
Al cumplir  los 15, nuestras despedidas cambiaron del típico “buenas noches” al  ya acostumbrado “falta poco”.
«Falta  poco, Ruxandra, falta poco.»
No me dejaba de repetir a medida que los   días pasaban. La espera era  tortuosa, pero, sin duda, valía la pena. Sin embargo, aquél día comenzó con nubes grises que  se ceñían a mi alrededor…
…creo que la cosa  más impactante fue  el rostro  de  mi madre al verme entrar en la cocina la mañana de mi decimosexto cumpleaños. En sus facciones se vislumbraba la pérdida y el desconsuelo, sus ojos color caramelo estaban enrojecidos y acuosos, mas las lágrimas que amenazaban parecían inexistente. Me tardé varios minutos en  comprender aquél semblante desolado: ella sentía que perdía a un hijo.
Sin decir palabra alguna me adelanté a abrazarla, ella era mi madre, recordé cómo antes solía refugiarme en su pecho y llorar en su regazo, pero ahora era ella la que necesitaba calor y consuelo. La sentí pequeña en mis brazos, frágil, su cuerpo temblaba con levedad mientras contenía sus sollozos implacables. Se me hizo un nudo en la garganta. 
No me iré tan pronto…susurré.
Caleb…mi Caleb…estalló por fin…
…Su llanto desconsolado  me obligó a adoptar una posición firme. No abandonaría  todo por aquél momento tan espantoso, sabía que estaba dispuesto a morir…a pesar de todo lo que pudiese causar a mi familia.
Madre… la voz de mi hermano era inexpresiva Iré con él.
Esas  tres palabras parecieron tranquilizar a mi madre, mas no entendía  el   por qué. Fruncí el ceño al tiempo que sentía unas palmadas en la espalda, reconocí la mano fuerte de mi padre en el contacto.
Tu hermano  te protegerá de la reina. aclaró. El Rey Mago…ha dicho que está en celo.
¿La reina? ¿En celo?
Pe…tardé unos segundos en comprender…
…Ruxandra lo había mencionado, esa insaciable sed de la reina por la carne joven. Por la carne masculina en general, sin duda ese “celo” supondría para mi graves…no, desastrosos problemas. En especial con mi querida Ruxa.
Entiendosusurré.
Mi madre se deslizó de mis brazos y corrió a los de mi padre. Sus ojos me observaban detenidamente, como  si…como  si estuvieran despidiéndose de mi… 
Comencé a notar como la habitación vibraba, como el mundo se inclinaba y me empujaba hacia atrás, los brazos de Joshuá  me tomaron inesperadamente.
Este  es tu castigo…dijo mi madre con voz quebrada.
Te dije que no podías romper las reglas, Caleb…
Pero… ¿qué? jadeé.
Hermano…susurró Joshuá Has cometido un pecado abominable…has hecho  lo innombrable…y como  castigo deberás absorber todos estos años de entrenamiento, todas las dolencias vividas…en este momento…
Poco a poco, mis extremidades comenzaron a contraerse, la carne se ciñó sobre mis huesos de forma arrolladora, el dolor lo ocupó todo en cuestión de segundos. Noté como cada sección de mi cuerpo se abría, se rompía y se curaba, juré escuchar los huesos crujir por encima de los susurros de mi hermano:
“Tendrás que esperar a esta tarde para verla”

Los gritos de Kain  paralizaron por segundos a Kimihiro.
Pero al ver el sufrimiento de su amo quitó con rapidez las gigantescas agujas sobresalientes de su cuerpo, Kain continuaba retorciéndose de dolor, cada uno de sus músculos se contraía, las venas de su cuello se dilataban con cada grito espeluznante. El sudor cristalino poco a poco se tiñó de sangre oscura, todo su cuerpo se retorcía, todo su ser parecía arder en llamas inexistentes…
― ¡Joven amo! ¡joven amo debe despertar! ¡debe salir de ese sueño!
― ¡NOO! ¡QUIERO VERLA! ―gritó Kain  fuera de sí.
― ¡JOVEN AMO! ¡REGRESE! ¡ESO NO EXISTE! ¡DEBE VOLVER A SU CONSCIENTE! ¡JOVEN AMO! ¡AMO KAIN!
Kain lanzó un grito ensordecedor antes de abrir los ojos de golpe y volver en si con lentitud. Su respiración estaba acelerada y cansada, su cuerpo temblaba.
―Agua…―susurró.
El asiático se movió con rapidez colocando el vaso en sus labios castañeantes.  El agua salió de su boca  con una tos seca, su mayordomo lo limpió y ayudó a incorporarse. Kain hizo una mueca de dolor, indicándole a Kimihiro que lo acostara otra vez. Se cubrió el rostro con las manos y lanzó otro grito, esta vez de rabia y desdén.
―Demonios…―farfulló el chico con voz entrecortada.
―Joven amo…―suspiró el viejo.
― ¿Sabes cuál era ese pecado tan abominable? ― interrumpió rápidamente Kain. ― Ese pecado por el que sufrió aquél infierno…
―No. serñor…
Kain sollozó.
―Demonios…demonios…Caleb él…―murmuró con rabia― ¡¿Qué demonios  tiene de malo haberse enamorado?!

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