21 abr 2012

I. El Pacto.


I: El Pacto

        
         Quizás, el preparar un suicidio tan complicado era sólo un arma para mi propia desdicha, o una medida inútil para suavizar mi cobardía. Pero el hecho era que ya todo estaba preparado y maravillosamente listo (espectacular y perfectamente listo, a mi parecer).

El escenario estaba construido para que todo se viese como un accidente, el jabón en el suelo era esencial, después tendría que romper los vidrios del pequeño estante, llenar el papel higiénico y los paños con mi sangre, para  luego acostarme a esperar la muerte con tranquilidad. Repetía todo en mi cabeza con una constancia abrumante mientras observaba a la nada, sentada en una esquina del baño,  abrazándome las rodillas. Había calculado, incluso, el tiempo en que se tomarían en volver, era seguro que no me encontrarían con vida.

Pensé un instante en cómo reaccionarían mis allegados al verme muerta, en cómo se acabaría la investigación “exhaustiva” con un «Fue un accidente, acéptenlo» dada la evidencia visual que les presentaría. Pero en verdad no era eso lo que ocupaba mi mente en esos instantes, no, era el hecho de lo que encontrarían dentro de unos meses al recoger mis cosas: Mi preciada nota de suicidio; escondida estratégicamente en uno de mis “diarios personales” que, por supuesto, no dudarían en hojear.

Me reí al tiempo que me quitaba las antipáticas lágrimas de mis ojos; no podía evitar sentir una oscura satisfacción al ser la causa de un luto eterno y una culpabilidad creciente en sus corazones.  

Si realmente supieran, pensé, que todo lo que escribí en esa estúpida nota es una mentira.

En esa nota, simplemente expresaba todo lo que cualquier adolescente de 16 años podría escribir (basándome, claro, en programas de televisión, alguno  que otro libro y las quejas de los que me rodeaban); cosas inútiles como problemas en el instituto, falsas amistades, dificultades de aceptación, las constantes peleas familiares, etc., etc. Pero no, no intentaba suicidarme por razones tontas o vanidosas, no, intentaba acabar con mi vida por el miedo creciente a mí misma, a mis sentimientos, a mi imaginación…

A mi odio.

No había otra palabra con la cual identificar el sentimiento que tenía hacia todo el que me rodeaba, no podía sentir absolutamente nada más que una rabia intensa que me comía y me sofocaba a su placer, que me envolvía y agobiaba mi mente con imágenes que, para algunos, podrían considerarse terroríficas, pero para mí, pacíficas y hermosas.

La realidad era, que esas imágenes no causaban más que un miedo creciente y sofocante en mi interior ¿Irónico, eh? Pero no quería que esas imágenes tan vívidas en mi mente se hicieran realidad en un abrir y cerrar de ojos. Que, un día, alguna de las palabras que escuchara me hicieran tomar la decisión definitiva y dejar que el odio tomara control de mis acciones. Inclusive, la idea de tomar su último aliento en mis manos no dejaba de ser tentadora, quería que sufrieran, quería callarlos de una vez por todas; quería que, por fin, sintieran lo que es pertenecer a la otra cara de la moneda y demostrarles toda la rabia que me hacían sentir con sus desquiciantes palabras.

Posiblemente, el odio sea un sentimiento difícil de explicar cuando no lo has sentido verdaderamente correr por tus venas, en ese caso, el odio que sentía podría ser como ácido que me consumía por dentro, desgarraba cada capa de mi piel y dejaba mis huesos al descubierto, para así destruirlos también. Y una vez que destruyó todo, no dejó cabida para más, me cegó por completo y me  hizo pensar cosas verdaderamente aterradoras, pero, para mi mente, placenteras y relajantes.

Aunque, eso recae poco a poco en la desesperación, siendo aquellos con los que vivo los que desencadenan ese sentimiento, me encontraba entre la espada y la pared, en la confusión perpetua, en no saber qué hacer ni qué pensar...

Mi mente se volvía un revoltijo y poco a poco comenzaba a pensar las cosas de otra manera, no para bien, no...Si no para mal...

…Aun así, estaba negada a dejarme consumir, a dejarme llevar por los arranques y resguardar todos mis sentimientos. Lo había intentado, de hecho, por años,  aguantar todo y dejarlo estar, pero ya no podía más. Cada vez las imágenes de mi cabeza me agradaban más, cada vez mi mente ideaba nuevos planes, cada vez mis manos temblaban más…

…Era suficiente.

No quiero odiar, ni seguir odiando, no quiero ser culpable de la muerte de alguien, no quiero terminar en la cárcel, ni en un manicomio... no quiero que “ellos” me impulsen a hacerlo...

Si mi vida va a terminar de forma deplorable, entonces quiero ser yo quien lo decida, no para salvarlos a ellos, sino para salvarme a mi misma.

Por esa razón es que decidí desaparecer definitivamente y así descansar de todo, del agobio constante de cometer errores estando siempre al filo de la navaja. Por su puesto, era consciente de que después de mi muerte era seguro que iba a pagar un alto precio por todo lo que iba a desencadenar, sabía que mi patético intento de salvación me aseguraría una “cómoda” estadía en el infierno.  Incluso, tenía una vocecilla antipática en mi interior  que me detenía, me susurraba que no debía rendirme, que no valía la pena, que era una tontería…Pero ni la voz de la consciencia (¿o inconsciencia?) podría detenerme.

El miedo a mí misma era por mucho más grande que mi miedo a la muerte.

Aspiré una buena cantidad de aire al levantarme y enjugarme de una vez mis lágrimas egoístas. Al menos recibiría mi último baño en paz…

“No lo hagas”

…¿O no era así?

La voz que había escuchado en mi cabeza esta vez era diferente. Era profunda y tentadora, del tipo de voces que te derriten en las películas. Suspiré una sonrisa. Supongo que esta es la voz que escuchas antes de morir… ¿O será que ya estoy muerta?, pensé.

“No…No lo hagas”
“No lo hagas…No lo hagas…No lo hagas”

La voz hacía un eco abrumador, parecía provenir de los rincones del baño, decidí ponerle fin a mi locura interna y responderme a mí misma.

― ¡JA!― me reí en voz alta― ¿Y por qué no?

Porque tienes algo que hacer…

La respuesta fue tan clara que dudé penosamente de mi soledad, pero la evidencia de mi falta de valentía y cordura fue lo que más me dolió en ese momento.

Fantástico, ahora vuélvete loca, pensé. Clavé la vista a la pared frente a mí, incapaz de reconocer mi falta de voluntad al estar oyendo voces...

No seas terca. saltó la voz con molestiaNo me ves porque no quieres. Sólo date la vuelta...suspiró.

Mi estómago dio un vuelco intenso, pero no era por la posibilidad de que alguien estuviese allí, era por el hecho de estar alucinando, mi fuerza de voluntad menguaba, o eso pensaba, hundiéndome más en mi patetismo. Pegué la frente a la pared fría con fuerza, tratando que el golpe me devolviese a la realidad.

¡Por favor! rió secamente la voz, sin nada de humor¡Una alucinación!exclamó exhalando un suspiro Voltea de una vez, no seas terca, me estas empezando a molestar...

Me di la vuelta, no me paré de preguntar el por qué le hacía caso a esa voz tan insolente, pero todo cambió en cuanto posé la mirada en aquellos ojos rojos...

...Cuyas pupilas se dilataron unos instantes al ver mi rostro, solo una mínima expresión de asombro en ese rostro perfecto antes de volver a la serenidad. Aunque sus ojos fueron los que me llamaron la atención inmediatamente, fue su rostro lo que me hizo examinarlo con profundidad: una nariz perfilada, los pómulos marcados levemente, debajo de ellos, unos labios finos que parecían estar apretados en una molestia invisible (Aunque, dado el ceño fruncido con suavidad, podría decir que se encontraba analizándome detenidamente). En su frente, poco más arriba de sus oscuras cejas se encontraba un cabello negro tinta revuelto con descuido (pero, he de decir que le daba un estilo bastante atractivo...). Sus ropas, en apariencia chamuscadas y rotas, eran tan oscuras como su cabello, las cuales consistían sólo en una camisa de botones manga larga y un pantalón de vestir roto, sólo sus zapatos  se conservaban brillantes. En cuanto a su piel, pues, no podía distinguir un color con el cual denominarla, no era totalmente pálido, ni tampoco llegaba a ser moreno, simplemente...no era normal (A estas alturas ¿qué es normal?).

Pero claro, me había olvidado de diversos detalles a propósito, como para intentar mitigar un poco el hecho de estar volviéndome loca...

...El chico tenía una especie de cicatriz que bordeaba su rostro en el lado derecho, recorría su pómulo justo debajo de su ojo y bajaba en líneas onduladas hasta su cuello hundiéndose en la penumbra de su camisa (no podía evitar querer seguirla con la mirada). Y, por supuesto, cómo olvidar ese par gigante de alas negras plegadas en su espalda que descendían hasta el suelo.  

No podía entender cómo se las había arreglado para estar sentado cómodamente en el lavamanos de mi baño con ese (digamos que…) “accesorio” tan grande consigo.

El chico torció una sonrisa sin despegar los labios.

¿Accesorio? Vamos, podrías ser un poco más creativa.dijo con sarcasmo.A que ahora sí puedes verme…―sus ojos sonreían socarronamente.

Me limité a alzar una ceja pero no podía determinar mi expresión, simplemente no estaba contenta.

¿Por qué me miras de esa forma? Parece que quisieras matarme…seguía siendo altanero, aunque su voz era bastante apacible y tranquila.

Aun así, no iba a responder, antes muerta que ir a un manicomio, pensé, Ya lo he evitado desde hace tiempo. Después de todo, no iba a flaquear por una tonta ilusión.

Y sigues con eso… suspiró  no soy una ilusión. Además, ambos sabemos que lo que te preocupa es algo diferente.Puse cara de póquer, él continuó sin esperar mi respuestaAquí no hay nadie, puedes hablar en voz alta. No hay de qué preocuparse…

Fruncí el ceño. Ya me estaba empezando a hartar de que leyese mis pensamientos.

Lo que me preocupa es estar volviéndome loca. Esto de alucinar con ángeles es… paré en seco. No sólo estaba el hecho de haber declinado mi orgullo y responder, sino que su mirada pasó de la tranquilidad a la furia en cuanto pronuncié la palabra “ángeles”, el rojo de sus ojos aumentó la intensidad.

Decidí dejar la reacción pasar, para analizarlo con detenimiento luego. Entorné los ojos y cambié de tema, controlando mi propia rabia.

Decías que tenía algo que hacer…

― ¿Podrías…? no lo sé…relajarte un poco. Sólo quiero proponerte un trato.alcé las cejas, ¿Relajarme?, ¿Trato? ― Pareces un robot, ni siquiera muestras sorpresa…

Bueno, eso se debe a que he aceptado la locura, me encogí de hombros mentalmente, y  créeme que no conseguiré “relajarme” con eso…

En primer lugar, no estás loca juró con aparente sinceridad  y en segundo lugar, bueno, es tu problema…

Exactamente. Ahora, piensas decirme lo que tengo que hacer ¿o no?

― ¿Ahora te pones pretenciosa? Entiende que no estás en posición de exigir nada…

¿Ah, no?                                                                                

― No, cariño. ― dijo con severidad― Puedes empezar a guardar su preciado sarcasmo, si no te molesta. Además, creo que en la “condición” en la que estas no sería muy difícil que aceptaras... ―  ¿Estaba hablando con él mismo?

―Condición…―repetí asimilando la palabra, era duro darle la razón. ― ¿De qué clase de “trato” estamos hablando?

¿Cómo no iba a mostrarme interesada? Tenía a un chico sumamente apuesto proponiéndome hacer…lo que sea. (No, no creía absolutamente nada de lo que estaba pasando, y por eso decidí seguirle el juego).

―Bien, no es algo sencillo de explicar, ya que piensas que he venido a detenerte en tu intento de suicidio para algo como una ¿Misión divina? ― Sí eso era lo que pensaba, al menos en parte. ― Pero no soy…

― ¿Un ángel? ―dije intencionalmente, reprimiendo la sonrisa. El brillo de ira reapareció en sus ojos, su mal genio era tentador. ― Creo que eso me ha quedado claro…

¿Desde cuándo me había vuelto tan perspicaz y rápida al responder? La respuesta vino a mí rápidamente: estaba realmente molesta conmigo misma. En ese momento, sólo deseaba que todo acabara rápidamente…

―Si dejaras de auto examinarte, sería un buen comienzo. ―murmuró― No te conviene enemistarte con un demonio.

Sonreí instintivamente.

― ¿Por qué no vas al grano entonces? ― dije alzando la barbilla, él se bajó del lavamanos. La diferencia de alturas no me afectó en lo absoluto, mantuve la vista fija en sus ojos iracundos. ― Señor Demonio.

― Bien― respondió a son altanero― Quiero que pospongas tu suicidio, para convertirte en asesina.

… ¿Eh?

Rompí a reír escandalosamente, no pude evitarlo. Aquello era el colmo, es decir, todo lo de lo que había huido y ahora ¿esto? ¡Ahora entendía por qué la mayoría de los asesinos alegaban ser controlados por demonios! Ya había cruzado el límite definitivo, ¡ahora no habría marcha atrás! ¡Estaba loca! Y ahora iría por ahí matando gente… ¡Qué ironía!

― ¡Debes estar bromeando! ― dije entre risas― ¡Y aún dices que no estoy loca!

« ¿Te molestaría dejarme terminar?»

Su voz en mi cabeza me impactó un poco, mas no llegó a asustarme. Respiré profundamente para que mi risa robótica se esfumara (y evitar romper a llorar también).

―Sigue…―me aclaré la garganta.

Suspiró.

―Esto no es algo que comenzarás inmediatamente. Para ser un buen asesino es necesario un tipo de entrenamiento― asentí, había captado mi atención― Pero necesito hacer un contrato contigo primero, será por 7 noches, que en tu tiempo serían 7 años en total. Al finalizar, tú eliges que hacer con lo que te he proporcionado.
 
― Estás diciendo que, a la final, ser una asesina o no es mi elección. ―  razoné.

― No tengo por qué obligarte―  se encogió de hombros―  Pero tienes que saber que en ese tiempo recibirás una cantidad moderada de torturas, por lo que puedes usarme a mí y a mis poderes como te plazca… 
    
― Como una especie de bono―  me reí, parecía que me estuviesen vendiendo una especie de producto. Me tomé un minuto en pensar las cosas con detenimiento―  Es decir que yo tengo el control en todo momento.

―Así es. ― Su respuesta amable y su antipática sonrisa me molestaron bastante. Parecía un profesor. ― Entonces, ¿Aceptas? ―era increíble como con 5 minutos de plática ya me había molestado.

Pero más increíble fue lo que pronunciaron mis labios:

―Acepto.

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