I: El Pacto
Quizás, el preparar un suicidio tan
complicado era sólo un arma para mi propia desdicha, o una medida inútil para
suavizar mi cobardía. Pero el hecho era que ya todo estaba preparado y
maravillosamente listo (espectacular y perfectamente listo, a mi parecer).
El escenario estaba construido para que todo se
viese como un accidente, el jabón en el suelo era esencial, después tendría que
romper los vidrios del pequeño estante, llenar el papel higiénico y los paños
con mi sangre, para luego acostarme a
esperar la muerte con tranquilidad. Repetía todo en mi cabeza con una
constancia abrumante mientras observaba a la nada, sentada en una esquina del
baño, abrazándome las rodillas. Había
calculado, incluso, el tiempo en que se tomarían en volver, era seguro que no
me encontrarían con vida.
Pensé un instante en cómo reaccionarían mis
allegados al verme muerta, en cómo se acabaría la investigación “exhaustiva”
con un «Fue un accidente, acéptenlo» dada la evidencia visual que les presentaría.
Pero en verdad no era eso lo que ocupaba mi mente en esos instantes, no, era el
hecho de lo que encontrarían dentro de unos meses al recoger mis cosas: Mi
preciada nota de suicidio; escondida estratégicamente en uno de mis “diarios
personales” que, por supuesto, no dudarían en hojear.
Me reí al tiempo que me quitaba las antipáticas
lágrimas de mis ojos; no podía evitar sentir una oscura satisfacción al ser la
causa de un luto eterno y una culpabilidad creciente en sus corazones.
Si realmente
supieran, pensé, que todo lo que escribí en esa estúpida nota
es una mentira.
En esa nota, simplemente expresaba todo lo que
cualquier adolescente de 16 años podría escribir (basándome, claro, en
programas de televisión, alguno que otro
libro y las quejas de los que me rodeaban); cosas inútiles como problemas en el
instituto, falsas amistades, dificultades de aceptación, las constantes peleas
familiares, etc., etc. Pero no, no intentaba suicidarme por razones tontas o
vanidosas, no, intentaba acabar con mi vida por el miedo creciente a mí misma,
a mis sentimientos, a mi imaginación…
A mi odio.
No había otra palabra con la cual identificar el
sentimiento que tenía hacia todo el que me rodeaba, no podía sentir
absolutamente nada más que una rabia intensa que me comía y me sofocaba a su
placer, que me envolvía y agobiaba mi mente con imágenes que, para algunos,
podrían considerarse terroríficas, pero para mí, pacíficas y hermosas.
La realidad era, que esas imágenes no causaban más
que un miedo creciente y sofocante en mi interior ¿Irónico, eh? Pero no quería
que esas imágenes tan vívidas en mi mente se hicieran realidad en un abrir y
cerrar de ojos. Que, un día, alguna de las palabras que escuchara me hicieran
tomar la decisión definitiva y dejar que el odio tomara control de mis
acciones. Inclusive, la idea de tomar su último aliento en mis manos no dejaba
de ser tentadora, quería que sufrieran, quería callarlos de una vez por todas;
quería que, por fin, sintieran lo que es pertenecer a la otra cara de la moneda
y demostrarles toda la rabia que me hacían sentir con sus desquiciantes
palabras.
Posiblemente, el odio sea un sentimiento difícil de explicar cuando no
lo has sentido verdaderamente correr por tus venas, en ese caso, el odio que
sentía podría ser como ácido que me consumía por dentro, desgarraba cada capa
de mi piel y dejaba mis huesos al descubierto, para así destruirlos también. Y
una vez que destruyó todo, no dejó cabida para más, me cegó por completo y
me hizo pensar cosas verdaderamente
aterradoras, pero, para mi mente, placenteras y relajantes.
Aunque, eso recae poco a poco en la desesperación, siendo aquellos con los que vivo los que desencadenan ese sentimiento, me encontraba entre la espada y la pared, en la confusión perpetua, en no saber qué hacer ni qué pensar...
Mi mente se volvía un revoltijo y poco a poco comenzaba a pensar las cosas de otra manera, no para bien, no...Si no para mal...
Aunque, eso recae poco a poco en la desesperación, siendo aquellos con los que vivo los que desencadenan ese sentimiento, me encontraba entre la espada y la pared, en la confusión perpetua, en no saber qué hacer ni qué pensar...
Mi mente se volvía un revoltijo y poco a poco comenzaba a pensar las cosas de otra manera, no para bien, no...Si no para mal...
…Aun así, estaba negada a dejarme consumir, a
dejarme llevar por los arranques y resguardar todos mis sentimientos. Lo había
intentado, de hecho, por años, aguantar
todo y dejarlo estar, pero ya no podía más. Cada vez las imágenes de mi cabeza
me agradaban más, cada vez mi mente ideaba nuevos planes, cada vez mis manos
temblaban más…
…Era suficiente.
No quiero odiar,
ni seguir odiando, no quiero ser culpable de la muerte de alguien, no quiero
terminar en la cárcel, ni en un manicomio... no quiero que “ellos” me impulsen
a hacerlo...
Si mi vida va a
terminar de forma deplorable, entonces quiero ser yo quien lo decida, no para
salvarlos a ellos, sino para salvarme a mi misma.
Por esa razón es que decidí desaparecer
definitivamente y así descansar de todo, del agobio constante de cometer
errores estando siempre al filo de la navaja. Por su puesto, era consciente de
que después de mi muerte era seguro que iba a pagar un alto precio por todo lo
que iba a desencadenar, sabía que mi patético intento de salvación me
aseguraría una “cómoda” estadía en el infierno. Incluso, tenía una vocecilla antipática en mi
interior que me detenía, me susurraba
que no debía rendirme, que no valía la pena, que era una tontería…Pero ni la
voz de la consciencia (¿o inconsciencia?) podría detenerme.
El miedo a mí misma era por mucho más grande que mi
miedo a la muerte.
Aspiré una buena cantidad de aire al levantarme y
enjugarme de una vez mis lágrimas egoístas. Al menos recibiría mi último baño
en paz…
“No lo hagas”
…¿O no era así?
La voz que había escuchado en mi cabeza esta vez era
diferente. Era profunda y tentadora, del tipo de voces que te derriten en las
películas. Suspiré una sonrisa. Supongo
que esta es la voz que escuchas antes de morir… ¿O será que ya estoy muerta?,
pensé.
“No…No lo hagas”
“No lo hagas…No
lo hagas…No lo hagas”
La voz hacía un eco abrumador, parecía provenir de
los rincones del baño, decidí ponerle fin a mi locura interna y responderme a
mí misma.
― ¡JA!― me reí en voz alta― ¿Y por qué no?
―Porque tienes algo que hacer…
La respuesta fue tan clara que dudé penosamente de
mi soledad, pero la evidencia de mi falta de valentía y cordura fue lo que más
me dolió en ese momento.
Fantástico,
ahora vuélvete loca, pensé. Clavé
la vista a la pared frente a mí, incapaz de reconocer mi falta de voluntad al
estar oyendo voces...
―No seas terca. ― saltó la voz con molestia―No
me ves porque no quieres. Sólo date la vuelta... ―suspiró.
Mi estómago dio un vuelco intenso, pero no era por
la posibilidad de que alguien estuviese allí, era por el hecho de estar
alucinando, mi fuerza de voluntad menguaba, o eso pensaba, hundiéndome más en
mi patetismo. Pegué la frente a la pared fría con fuerza, tratando que el golpe
me devolviese a la realidad.
― ¡Por favor! ― rió secamente la voz, sin nada de humor― ¡Una alucinación! ― exclamó
exhalando un suspiro― Voltea de una
vez, no seas terca, me estas empezando a molestar...
Me di la vuelta, no me paré de preguntar el por qué
le hacía caso a esa voz tan insolente, pero todo cambió en cuanto posé la
mirada en aquellos ojos rojos...
...Cuyas pupilas se dilataron unos instantes al ver
mi rostro, solo una mínima expresión de asombro en ese rostro perfecto antes de
volver a la serenidad. Aunque sus ojos fueron los que me llamaron la atención
inmediatamente, fue su rostro lo que me hizo examinarlo con profundidad: una
nariz perfilada, los pómulos marcados levemente, debajo de ellos, unos labios
finos que parecían estar apretados en una molestia invisible (Aunque, dado el
ceño fruncido con suavidad, podría decir que se encontraba analizándome
detenidamente). En su frente, poco más arriba de sus oscuras cejas se
encontraba un cabello negro tinta revuelto con descuido (pero, he de decir que
le daba un estilo bastante atractivo...). Sus ropas, en apariencia chamuscadas
y rotas, eran tan oscuras como su cabello, las cuales consistían sólo en una
camisa de botones manga larga y un pantalón de vestir roto, sólo sus
zapatos se conservaban brillantes. En
cuanto a su piel, pues, no podía distinguir un color con el cual denominarla,
no era totalmente pálido, ni tampoco llegaba a ser moreno, simplemente...no era
normal (A estas alturas ¿qué es normal?).
Pero claro, me había olvidado de diversos detalles a
propósito, como para intentar mitigar un poco el hecho de estar volviéndome
loca...
...El chico tenía una especie de cicatriz que
bordeaba su rostro en el lado derecho, recorría su pómulo justo debajo de su
ojo y bajaba en líneas onduladas hasta su cuello hundiéndose en la penumbra de
su camisa (no podía evitar querer seguirla con la mirada). Y, por supuesto,
cómo olvidar ese par gigante de alas negras plegadas en su espalda que
descendían hasta el suelo.
No podía entender cómo se las había arreglado para
estar sentado cómodamente en el lavamanos de mi baño con ese (digamos que…)
“accesorio” tan grande consigo.
El chico torció una sonrisa sin despegar los labios.
― ¿Accesorio? Vamos, podrías ser un
poco más creativa. ―dijo con
sarcasmo. ― A que ahora sí puedes
verme…―sus ojos sonreían socarronamente.
Me limité a alzar una ceja pero no podía determinar
mi expresión, simplemente no estaba contenta.
― ¿Por qué me miras de esa forma?
Parece que quisieras matarme…―seguía
siendo altanero, aunque su voz era bastante apacible y tranquila.
Aun así, no iba a responder, antes muerta que ir
a un manicomio, pensé, Ya lo he evitado desde hace tiempo. Después
de todo, no iba a flaquear por una tonta ilusión.
― Y sigues con eso…― suspiró― no soy una ilusión. Además, ambos sabemos que
lo que te preocupa es algo diferente. ―Puse
cara de póquer, él continuó sin esperar mi respuesta―Aquí no hay nadie, puedes hablar en voz alta. No hay de qué
preocuparse…
Fruncí el ceño. Ya me estaba empezando a hartar de
que leyese mis pensamientos.
―Lo que me preocupa es estar
volviéndome loca. Esto de alucinar con ángeles es… ― paré en seco. No sólo estaba el hecho de haber declinado mi orgullo
y responder, sino que su mirada pasó de la tranquilidad a la furia en cuanto
pronuncié la palabra “ángeles”, el rojo de sus ojos aumentó la intensidad.
Decidí dejar la reacción pasar, para analizarlo con
detenimiento luego. Entorné los ojos y cambié de tema, controlando mi propia
rabia.
―Decías que tenía algo que hacer…
― ¿Podrías…? no lo sé…relajarte un poco.
Sólo quiero proponerte un trato. ― alcé
las cejas, ¿Relajarme?, ¿Trato? ―
Pareces un robot, ni siquiera muestras sorpresa…
Bueno, eso se
debe a que he aceptado la locura, me encogí de hombros mentalmente,
y créeme que no conseguiré “relajarme”
con eso…
― En primer lugar, no estás loca ― juró con aparente sinceridad―
y en segundo lugar, bueno, es tu problema…
Exactamente. Ahora,
piensas decirme lo que tengo que hacer ¿o no?
― ¿Ahora te pones pretenciosa?
Entiende que no estás en posición de exigir nada…
¿Ah, no?
― No, cariño. ― dijo con severidad― Puedes empezar a
guardar su preciado sarcasmo, si no te molesta. Además, creo que en la
“condición” en la que estas no sería muy difícil que aceptaras... ― ¿Estaba hablando con él mismo?
―Condición…―repetí asimilando la
palabra, era duro darle la razón. ― ¿De qué clase de “trato” estamos hablando?
¿Cómo no iba a mostrarme interesada?
Tenía a un chico sumamente apuesto proponiéndome hacer…lo que sea. (No, no
creía absolutamente nada de lo que estaba pasando, y por eso decidí seguirle el
juego).
―Bien, no es algo sencillo de
explicar, ya que piensas que he venido a detenerte en tu intento de suicidio
para algo como una ¿Misión divina? ― Sí eso era lo que pensaba, al menos en
parte. ― Pero no soy…
― ¿Un ángel? ―dije intencionalmente,
reprimiendo la sonrisa. El brillo de ira reapareció en sus ojos, su mal genio
era tentador. ― Creo que eso me ha quedado claro…
¿Desde cuándo me había vuelto tan
perspicaz y rápida al responder? La respuesta vino a mí rápidamente: estaba
realmente molesta conmigo misma. En ese momento, sólo deseaba que todo acabara
rápidamente…
―Si dejaras de auto examinarte, sería
un buen comienzo. ―murmuró― No te conviene enemistarte con un demonio.
Sonreí instintivamente.
― ¿Por qué no vas al grano entonces? ―
dije alzando la barbilla, él se bajó del lavamanos. La diferencia de alturas no
me afectó en lo absoluto, mantuve la vista fija en sus ojos iracundos. ― Señor
Demonio.
― Bien― respondió a son altanero― Quiero que
pospongas tu suicidio, para convertirte en asesina.
… ¿Eh?
Rompí a reír escandalosamente, no pude evitarlo. Aquello
era el colmo, es decir, todo lo de lo que había huido y ahora ¿esto? ¡Ahora
entendía por qué la mayoría de los asesinos alegaban ser controlados por
demonios! Ya había cruzado el límite definitivo, ¡ahora no habría marcha atrás!
¡Estaba loca! Y ahora iría por ahí matando gente… ¡Qué ironía!
― ¡Debes estar bromeando! ― dije entre risas― ¡Y aún
dices que no estoy loca!
« ¿Te molestaría
dejarme terminar?»
Su voz en mi cabeza me impactó un poco, mas no llegó
a asustarme. Respiré profundamente para que mi risa robótica se esfumara (y
evitar romper a llorar también).
―Sigue…―me aclaré la garganta.
Suspiró.
―Esto no es algo que comenzarás inmediatamente. Para
ser un buen asesino es necesario un tipo de entrenamiento― asentí, había
captado mi atención― Pero necesito hacer un contrato contigo primero, será por
7 noches, que en tu tiempo serían 7 años en total. Al finalizar, tú eliges que
hacer con lo que te he proporcionado.
― Estás diciendo que, a la final, ser una asesina o
no es mi elección. ― razoné.
― No tengo por qué obligarte― se encogió de hombros― Pero tienes que saber que en ese tiempo
recibirás una cantidad moderada de
torturas, por lo que puedes usarme a mí y a mis poderes como te plazca…
― Como una especie de bono― me reí, parecía que me estuviesen vendiendo una especie de producto. Me tomé un
minuto en pensar las cosas con detenimiento― Es decir que yo tengo el control en todo
momento.
―Así es. ― Su respuesta amable y su antipática
sonrisa me molestaron bastante. Parecía un profesor. ― Entonces, ¿Aceptas? ―era
increíble como con 5 minutos de plática ya me había molestado.
Pero más increíble fue lo que pronunciaron mis
labios:
―Acepto.
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