16 abr 2012

Ángel


Ángel


El Paraíso, 2 años antes.

El frío del cielo siempre me hacía adormecer. Las suaves caricias del viento se colaban por mi piel suavemente, siempre me había encantado esa sensación antes de cerrar los ojos y descansar...

...Pero ese día era distinto a los demás.

Era incapaz de estar tranquila. Había algo que pululaba en mi cabeza, una especie de sensación incómoda: algo estaba sucediendo. Decidí ignorarlo. Normalmente, siempre me preocupaba demasiado, y eso molestaba a Padre con eventualidad.

Me dejé caer en la escarcha de la espuma nubosa que recorría mi aposento, dejé que la niebla fría se deslizara por mi piel desnuda y acaricié pesadamente las plumas de mis alas, buscando tranquilidad.

Ésta no aparecía.

―Necesitas que alguien lo haga por ti, Gabrielle.― entonó una voz pasajera, muy gruesa, que hacía ecos en la estancia.

― ¿No querrás hacerlo tú?― susurré con una sonrisa.― Cassiel.

En la habitación de columnas blancas, mi habitación, apareció uno de los ángeles más hermosos que el cielo podía ofrecer: Cassiel. Sus ojos color bronce brillaban de humildad, mientras sus bucles sauce bailaban a su alrededor. Las telas de su ropaje azul cielo caían cómodamente sobre sus brazos, dejando ver su torso por completo...

...Adoraba la paz que arcángeles como Cassiel transmitían. Adoraba nutrirme con su energía...

Me di la vuelta, dejando que mi cuerpo carente de indumentaria besara el suelo, mis alas cayeron sobre mí, su cómodo y suave peso me aplastó con dulzura, poco a poco, la mano de Cassiel pasó a través de mis plumas...

La sensación de relajación y éxtasis me embriagó y la  incomodidad se esfumó por completo: nada podía estar ocurriendo.

El arcángel prosiguió su paseo por mi plumaje con suavidad, el roce de sus dedos me hacía escapar suspiros de alivio y ternura. Casi lloraba de felicidad. Con cada toque preciso, con cada pequeño roce,  mi cuerpo  reaccionaba con dulce severidad, mis manos se contraían y relajaban, mis alas se tornaban ligeras, como si su mano atravesara mis  entrañas suavemente, haciendo un revoltijo cariñoso dentro de mí ser. Poco a poco mi garganta emitía sonidos apagados en respuesta a su toque…cada vez se volvía más placentero y relajante.

― ¿Qué lo tiene tan deprimido, Gabrielle?

Mi respiración se volvió pausada, las nubes de escarcha se arremolinaban con cada exhalación.  Abrí los ojos para responderle.

―Siento que algo ocurre, Cassiel― suspiré.― Pero no sé qué...

Se detuvo. Gemí de angustia y desesperación, la sensación era muy buena como para darme el lujo de permitir que parara.

― Sigue, por favor...necesito despejarme un poco...―supliqué. Al no obtener respuesta me di la vuelta.

Sus ojos reflejaban seriedad y tristeza.

―Lo lamento...―susurró.

Me levanté despacio. Él no se inmutó mientras le rodeaba y enterraba mis manos en sus alas.

―Sí ha pasado algo...―murmuré alicaída.

Cassiel exhaló y su cuerpo se estremeció. Procuré tocar sus plumas despacio, enterrando mis dedos entre cada una, tan suave como la seda y espumosa como las olas, me abracé a sus alas, haciendo que mi cuerpo le acariciara también, moviéndome despacio sobre ellas, recibiendo las caricias simultáneas de su sábana de emplumada escarcha blanca.

Mis alas se entrecruzaron con las suyas.

―No quiero que vaya...―susurró, en su voz se escondía el éxtasis tras la preocupación.―No tengo un buen presentimiento...

―Cassiel...―susurré a su oído, mientras mis brazos rodeaban su espalda y se enroscaban en su cuello, mi cuerpo, por completo, estaba unido a sus alas...

...Las plumas me hacían cosquillas en la piel, su suave caricia me atontaba a la vez que sus alas y las mías se aferraban mutuamente. El amor de nosotros, los arcarcángeles, iba más allá de todo lo creado y se expresaba de mil maneras distintas. Ningún humano o demonio, en su mayor placer lascivo y lujurioso, podría ser capaz de encontrar el placer puro y singular de tocar, y ser tocado por las alas de un ángel.

La reciprocidad de nuestra dicha era incapaz de medirse, sin embargo, la amenaza de la tragedia venidera nos traería a la desgracia.

…Todo gracias a mis palabras vanidosas…

― ¿A dónde he de ir esta vez? 

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